Materialismo dialéctico y vida como contradicción entre espacio y tiempo.

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Podemos observar la existencia y actividad de los seres vivos; estos están compuestos de materia caracterizada por elementos altamente interactuantes. Dos expresiones principales y simples de esta interacción se relacionan con la reproducción y el uso de materia externa para perpetuar su propia existencia.

Los seres vivos están en movimiento ininterrumpido; la calma es no movimiento y es secundaria. La actividad de los seres vivos es su norma.

Por el contrario, existe la materia inorgánica, donde la interacción interna no es tan extensa, donde los compuestos son mucho menos variados. Su movimiento es lento y su cambio es igualmente lento.

Hay una contradicción ahí.

Los seres vivos, orgánicos, no duran mucho, sino que están perpetuamente agitados y relativamente cada uno transforma su entorno; La materia inorgánica existe durante mucho más tiempo, pero de forma estática y sin afectar realmente al medio ambiente.

Los seres vivos y orgánicos disponen de poco tiempo, pero actúan poderosamente en el espacio y, al hacerlo, se establecen en el tiempo. Es la calidad la que se convierte en cantidad.

La materia inerte dispone de una inmensa cantidad de tiempo, sin transformar el espacio. La cantidad se opone a la calidad.

Y el nexo entre estos dos aspectos, donde se transforman los opuestos, es con la provisión de materia inerte para la transformación que realizan los seres vivos.

El nexo más desarrollado es el uso del carbón, el petróleo y el gas, combustibles fósiles derivados de los seres vivos, que se han vuelto “inertes” y recuperados por los seres vivos.

Desde el punto de vista de la vida, de la contradicción entre materia viva y materia inerte, el calentamiento global aparece aquí como el proceso que está al frente de la contradicción.

Pero, en general, la materia inerte se transforma y comienza a actuar cuando se enfrenta a la materia viva. La materia estática e inerte influye poderosamente en la situación general una vez “activada” por la materia viva.

De hecho, la materia viva y la materia inerte son inseparables.

Hay toda una serie de contradicciones que debemos comprender aquí. El conjunto de estas contradicciones, que aún quedan por esclarecer en profundidad, es lo que llamamos vida.

La materia inorgánica está compuesta de elementos aislados unos de otros (esto es lo particular), mientras que la materia viva está compuesta de elementos que juegan sistemáticamente unos con otros (esto es lo general).

La materia orgánica puede producir materia inorgánica (eso es cantidad), pero la materia inorgánica no puede producir materia orgánica (eso es calidad).

La materia orgánica se reproduce de manera bien determinada por un solo elemento (esto es calidad), mientras que la materia inorgánica se produce en masa mediante un proceso general (esto es cantidad).

La materia inorgánica que dura no experimenta la autorregulación interna de la materia orgánica que no dura (es cantidad y calidad en contraposición a calidad y cantidad).

La materia inorgánica no provoca cambios a gran escala en la materia, es la materia orgánica la que los produce (se opone calidad a cantidad y viceversa).

El célebre científico Vladimir Vernadsky, que conceptualizó el principio del planeta Tierra como Biosfera, fue el primero en comprender, a principios del siglo XX, que la vida consistía en la dialéctica de la materia orgánica e inorgánica.

Esta dialéctica es de naturaleza química y geológica; hay interacción e interpenetración. Así explica los puntos fundamentales:

“La biosfera –la región de la vida– abraza nuestro planeta de manera continua.

La vida reina sobre toda la superficie de la Tierra; su trabajo químico se ha llevado a cabo en todas partes sin interrupción durante miles de millones de años.

Este trabajo químico determina con intensidad y alcance cada vez más evidente una corriente ininterrumpida, inalterable, de elementos químicos sujetos a leyes determinadas, corriente que circula entre la materia viva y la materia bruta y viceversa. »

Sobre la multiplicación de organismos y su papel en el mecanismo de la biosfera.

Esta verdadera observación de una dialéctica entre materia “bruta”, inorgánica y materia viva debe, sin embargo, ir asociada al rechazo de una separación radical entre ambas.

Dialécticamente, la materia bruta y la materia viva son a la vez una y la misma cosa, y dos cosas diferentes.

En efecto, el carácter vivo de una cosa se debe a su sensibilidad y esta sensibilidad no es más que una interacción dialéctica. Por lo tanto, las cosas inorgánicas también tienen sensibilidad, aunque naturalmente mucho menos desarrollada que las cosas orgánicas.

Esta comprensión de la sensibilidad había sido entendida magistralmente durante el Siglo de las Luces, particularmente por Diderot. Dice con razón en La continuación de una entrevista entre el señor d’Alembert y el señor Diderot :

“Asume sensibilidad y memoria para el clavicémbalo, y dime si no sabrá, si no repetirá por sí solo las melodías que has interpretado en sus teclas.

Somos instrumentos dotados de sensibilidad y memoria.

Nuestros sentidos son otras tantas llaves apretadas por la naturaleza que nos rodea, y que a menudo son apretadas ellas mismas; y aquí, en mi opinión, está todo lo que pasa en un clavecín organizado como tú y como yo. »

Históricamente en la URSS surgió la cuestión de comprender la naturaleza de la contradicción entre la materia inorgánica y la materia viva, tratando de encontrar los medios por los cuales la materia inorgánica se desarrolló tanto que alcanzaría el nivel de sensibilidad de la materia viva.

Por supuesto, la preocupación ha sido que es imposible repetir en el laboratorio un proceso químico de inmensa magnitud (planetaria o cósmica) que ha durado un período inmenso.

La relación entre materia inerte y materia viva no es limitada, en ningún caso; responde a una etapa de desarrollo muy específica, válida en el tiempo a una escala inmensa.

Así, la materia viva tal como la conocemos se beneficia de un elemento clave: la asimetría molecular descubierta por Louis Pasteur. Este último, en efecto, observó que entre las cosas orgánicas hay una ausencia de centro y de planos de simetría.

En una conferencia pronunciada en la Sociedad Química de París el 22 de diciembre de 1883, Louis Pasteur resumió esta perspectiva de la siguiente manera:

“Consideremos cualquier objeto, natural o artificial, del reino mineral o del reino orgánico, vivo o muerto, hecho por la vida o colocado por el hombre, un mineral, una planta, esta mesa, una silla, el cielo, la tierra, en fin cualquier objeto.

Si consideras sólo la forma de todos estos objetos, su apariencia externa y la repetición de sus partes similares, si las tienen, encontrarás que todos ellos se pueden dividir en dos grandes categorías:

– la primera categoría incluirá todos los objetos que tengan un plano de simetría,

– la segunda categoría incluirá a todos aquellos que no tienen un plano de simetría.

Tener un plano de simetría –pueden haber varios para un mismo objeto– significa poder ser compartido por un plano de tal manera que encuentres a la izquierda lo que está a la derecha (…).

Por el contrario, hay cuerpos que no tienen plano de simetría. Corta una mano por cualquier plan, nunca dejarás a la derecha lo que quedará a la izquierda.

Lo mismo ocurre con un ojo, un oído, una escalera giratoria, una hélice, una concha en espiral.

Todos estos objetos y muchos otros no tienen plano de simetría; son tales que, si los colocas frente a un espejo, su imagen no puede superponerse a ellos. »

La materia inerte no experimenta asimetría, a diferencia de la materia viva.

Pero la materia “inerte” no lo es: la materia es por definición eterna y en movimiento. Si no experimenta la asimetría es porque su recorrido dialéctico es diferente y la clave es la reflexión.

El universo es un océano de materia donde todo se refleja; ya que el desarrollo es desigual, lo que se refleja en una discrepancia, y diferencias infinitas producen diferencias infinitas.

El desarrollo de la materia “viva” es a la vez una extensión y una ruptura con la materia “inerte”.

Los seres vivos son producto de una ruptura de simetría, de un reflejo que ha sufrido una modificación cualitativa. Su existencia, sin embargo, sigue siendo un reflejo y no puede separarse de lo que los reflejaba.

Por eso lo que llamamos vida no son simplemente seres vivos, sino seres vivos en su oposición dialéctica a la materia inerte.

El uno no puede prescindir del otro, sin el cual buscamos un “origen”, que no tiene sentido debido a la naturaleza del universo, infinito y eterno.

La cuestión de la ruptura en la reflexión requerirá sin duda una visión a muy largo plazo del proceso de la materia, y sin duda habrá que esperar a un nuevo salto cualitativo en la materia tal como la conocemos para comprenderla correctamente.

Sin embargo, ya tenemos una comprensión de la vida tal como existe como una dialéctica de lo vivo y lo no vivo. De la correcta comprensión de esta dialéctica surgen las exigencias históricas de lo que llamamos ecología, la moral en su realidad natural.

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