Trotsky y el Leninismo (II). ¿Tres tácticas?

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Bolcheviques y mencheviques representaban las dos principales líneas políticas que se enfrentaron dentro de la socialdemocracia rusa en la época de la Primera Revolución; pero pronto se unió a la pugna León Trotsky, que abanderaba, prácticamente en solitario, una singular interpretación de los recientes acontecimientos revolucionarios y su consiguiente desarrollo táctico.

Trotsky había participado en el Congreso de 1903, decantándose por los mencheviques, aunque desde finales de 1904 se separó de ellos y se declaró “por encima y fuera de las fracciones”. A pesar de que en las cuestiones políticas fundamentales se situaba más cerca de los mencheviques, Trotsky trató de cultivar una imagen de independencia organizativa y de erigirse en el centro aglutinador o, al menos, en el símbolo de la unidad del POSDR. Pero lo que más ensalzó la figura individual e “independiente de las fracciones” de Trotsky fue la propia revolución rusa. En un proceso en el que ninguna de las fracciones socialdemócratas, ni el partido en su conjunto, consiguió ponerse a la cabeza o siquiera inspirar el movimiento de masas, Trotsky, desde su posición de dirigente práctico del Soviet de San Petersburgo, se erigió en la figura carismática y en uno de los referentes visibles de la socialdemocracia, lo cual le permitió disfrutar de un peso dentro del partido impensable en circunstancias normales –circunstancias que le impedirían en todo momento consolidar y encabezar una corriente con algún peso dentro del POSDR. Fueron los acontecimientos de 1905 los que impactaron en Trotsky hasta el punto de hacerle girar 180 grados en su perspectiva sobre el carácter de la revolución rusa. Si en 1903, en los debates internos del partido, fiel al punto de vista generalizado y a la común tradición de los marxistas rusos, se había mostrado incrédulo y contrario a la posible implantación de la dictadura del proletariado en la Rusia autocrática, su inmediata y personal experiencia revolucionaria le incitaron a pasar súbitamente a la posición contraria:

“Fue precisamente en el intervalo comprendido entre el 9 de enero [22 de enero, según el moderno calendario] y la huelga de octubre de 1905 cuando el autor formó sus concepciones sobre el carácter del desarrollo revolucionario de Rusia, conocidas bajo el nombre de teoría de la revolución permanente. Esta denominación, un poco capciosa, expresaba la idea de que la revolución rusa, si bien tenía planteados objetivos burgueses inmediatos, no podría detenerse en los mismos. La revolución no podría cumplir sus objetivos inmediatos burgueses más que llevando al proletariado al Poder.”[7]

El proceso intelectual que preparó tan repentino giro político no fue, sin embargo, tan brusco. Efectivamente, durante 1904 Trotsky había entablado una estrecha relación con G. Parvus, socialista ruso-alemán que se había ganado un nombre en el SPD denunciando el revisionismo de Bernstein. Parvus fue quien, realmente, estableció los presupuestos teóricos de la futura tesis sobre la Revolución Permanente:

“Como es sabido, el radicalismo político en Europa Occidental se apoyaba principalmente en la pequeña burguesía, formada por los artesanos y, más en general, por toda esa parte de la burguesía golpeada por el desarrollo de la industria y rechazada de la clase de los capitalistas (…). Es cierto que con el advenimiento del régimen parlamentario, su potencia hacía tiempo que se había agotado, pero la existencia de numerosas ciudades en las cuales predominaba el tercer estado tuvo una indiscutible importancia política. A medida que estas fuerzas sociales se disolvían en las contradicciones capitalistas, a los partidos democráticos se les planteaba el problema siguiente: unirse a los obreros y convertirse  en socialistas, o unirse con la burguesía capitalista y transformarse en reaccionarios. En Rusia, en el período precapitalista, las ciudades se desarrollaban más bien a la manera china que al modo europeo. Eran centros administrativos sin ninguna importancia política y, desde el punto de vista económico, mercados para los campesinos y los propietarios latifundistas del entorno. Su desarrollo era todavía insignificante cuando el capitalismo lo detuvo, y comenzó a fundar grandes ciudades, es decir ciudades industriales y centros de comercio mundial. Por estas causas Rusia tiene una burguesía capitalista, pero no tiene esa burguesía media de la cual ha salido y sobre la cual se ha mantenido la democracia política de Europa occidental. Los estratos medios de la burguesía capitalista contemporánea en Rusia, así como en todo el resto de Europa, comprenden las profesiones liberales (médicos, abogados, literatos, etc.), los estratos sociales ajenos al proceso productivo y el personal técnico de la industria y del comercio capitalista como asimismo ciertas ramas de actividad conectadas con éstos, como las sociedades de seguros, los bancos, etc. Estos elementos no pueden tener un programa propio de su clase; dado que sus simpatías y antipatías oscilan incesantemente entre el proletariado revolucionario y el conservadurismo capitalista. En Rusia hay que agregar los resabios de las clases del período anterior a la abolición de la servidumbre de la gleba, resabios que el capitalismo aún no ha tenido tiempo de absorber.

Es sobre tal población urbana, que no ha pasado por la escuela del medioevo europeo occidental, sin conexiones económicas, sin tradiciones del pasado y sin ideales de futuro, que debe fundarse el radicalismo político en Rusia. No tiene nada de extraño que éste se busque también otras bases.”[8]

Bases que no son otras que las que le presta la clase obrera.

Este tipo de consideraciones históricas como punto de partida, unido al admirable papel jugado por el proletariado en 1905 del que fue testigo la impresionable pupila de Trotsky, que adivinó la inconmensurable capacidad creativa de las masas obreras, le condujeron a la elaboración de una audaz teoría sobre la mecánica del proceso revolucionario que habría de tener lugar en Rusia. Exponemos seguidamente su teoría de la Revolución Permanente según una de sus formulaciones clásicas:

“Esta denominación un poco abstrusa, expresa la idea que la revolución rusa, si bien tenía planteados algunos objetivos burgueses inmediatos, no podría detenerse en los mismos. La revolución no podría resolver los problemas de tipo burgués más importantes que tenía planteados más que llevando al proletariado al poder. Y cuando este último se hubiera adueñado del poder no habría podido limitarse al aspecto burgués de la revolución. Al contrario, y precisamente para asegurarse la victoria definitiva, la vanguardia proletaria, hubiera debido, desde los primeros días de su poder, penetrar profundamente en los dominios prohibidos de la propiedad, tanto burguesa como terrateniente. En tales condiciones la vanguardia debía chocar contra demostraciones hostiles de parte de los grupos burgueses que la habían sostenido al comienzo de su lucha revolucionaria, y aún también de parte de la masa campesina cuyo apoyo la proyectó hacia el poder. En un país en el cual la enorme mayoría de la población estaba compuesta de campesinos, los intereses contrapuestos que dominaban la situación de un gobierno obrero sólo podían conducir a una solución en el plano internacional, en la arena de una revolución proletaria mundial. Cuando, en virtud de la necesidad histórica, la revolución rusa hubiera franqueado los estrechos límites de la democracia burguesa, el proletariado triunfante iba a estar constreñido a franquear asimismo los límites de la nacionalidad, es decir hubiera debido dirigir conscientemente sus esfuerzos de manera tal que la revolución rusa se transformase en el prólogo de la revolución mundial.”[9]

Como síntesis de la experiencia de la Primera Revolución, el modelo táctico propuesto por Trotsky fue relegado a un lugar marginal en el cosmos del pensamiento revolucionario ruso, incluso más allá de la Revolución de Octubre. Aunque como tal teoría fue perfilada en todos sus contornos fundamentales en una fecha tan temprana como 1906 (principalmente con el trabajo de Trotsky titulado Resultados y perspectivas), nunca se convirtió en centro de ninguna de las numerosas disputas que entre 1906 y 1917 enfrentaron a las dos corrientes principales del marxismo ruso[10]. Ni siquiera en el Congreso de Estocolmo, celebrado en la primavera de 1906 con el fin de reunificar la línea política de la socialdemocracia de cara a un posible repunte del ánimo revolucionario de las masas, donde se discutieron y se pusieron sobre el tapete las principales cuestiones tácticas de la revolución rusa, tuvo la teoría de la Revolución Permanente la menor mención de importancia. Tanto Trotsky, que asistió, como sus ideas al respecto pasaron desapercibidas en Estocolmo. El hecho de que las proposiciones de Trotsky, que respondían de manera original a los problemas candentes de la revolución rusa, apenas fueran tenidas en cuenta en su momento, es decir, en la larga etapa de pugna por el poder por parte de la clase obrera, cuando todo lo relacionado con las cuestiones tácticas cobra la mayor importancia, resulta si no curioso, sí elocuente. Más aún. La Revolución Permanente, como concepción inspiradora de la línea general de la política proletaria, tampoco jugó de manera patente ningún papel, ni para el partido y el Estado soviéticos, ni para la Internacional Comunista, entre 1917 y 1923, durante la primera etapa del poder proletario.

Una de las características de la peripecia de la teoría política de Trotsky es que, siendo formulada en una fase preliminar de la revolución rusa, no pasó a ocupar el centro del escenario de la lucha que decidía el papel de la vanguardia en esa revolución hasta una etapa muy tardía de la misma, cuando ya estaba relativamente consolidada, y sólo por un brevísimo espacio de tiempo. Además, y de manera paradójica, una teoría que había sido concebida en un momento de fervoroso ascenso revolucionario y que, por ello, encerraba un ardoroso espíritu de ofensiva, ideal para inspirar al proletariado en sus grandes embates históricos, sale a la palestra cuando la revolución vive un periodo de repliegue y de asentamiento, no de expansión. Esto explicará, en parte, su derrota política. Pero lo más significativo es esa incapacidad para situarse en el centro de la pugna entre las ideas, para aportar alguna orientación adecuada que pudiera servir de guía al partido como dirigente revolucionario, para incitar una posición ideológica o política decisiva en la lucha de dos líneas que se desenvolvía en el seno del POSDR. En ningún momento, ni antes de 1917, ni después –hasta la muerte de Lenin–, la socialdemocracia rusa, en general, ni el bolchevismo como corriente política dentro de ella, en particular, deciden y definen su política en función o en consideración a la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky. Esto, ya de principio, puede ilustrarnos sobre el verdadero valor de esa teoría desde el punto de vista del desarrollo de la revolución en Rusia, y puede ayudarnos a delimitar su real importancia, restringida al debate contra una desviación izquierdista surgida en el partido bolchevique en un momento dado del desenvolvimiento de sus tareas de dirección revolucionaria. Desde luego, en el balance de la aportación del trotskismo a la revolución soviética, el autor sale mejor parado que sus ideas.

En relación con la influencia de su teoría en el devenir de la revolución rusa, Trotsky argumentará que, para el período entre 1917 y 1923, sus posiciones  y las de Lenin eran idénticas, por lo que resultaría ocioso intentar sorprenderle defendiendo en esa época una línea política diferente de la de aquél. Esto no es del todo cierto, como veremos. Lo que sí es cierto, en cualquier caso, es que gran parte de su obra del exilio está dedicada a convencer al mundo de que en el periodo previo a Octubre (1905-1917) sus posiciones políticas y las de Lenin no eran antagónicas, a pesar de lo encendido de algunos debates, y que estaban destinadas a converger tras una natural evolución –sobre todo por parte de Lenin– influida y guiada por los acontecimientos políticos de Rusia[11]. Veámoslo también.

El método

Hasta 1905, el marxismo revolucionario había deslindado suficientemente los campos ideológico y político con el populismo, el marxismo legal y el economicismo, corrientes del pensamiento político ruso que tenían en común la negación del papel dirigente del proletariado en la revolución. Para postergar igualmente al menchevismo, que también pecaba de lo mismo, sería necesario más tiempo. Esta lucha, llevada a cabo por los bolcheviques y dirigida por Lenin, duraría 12 años más, en los que ambas fracciones protagonizarían todos los debates políticos importantes desde el punto de vista de los intereses de la revolución. Ya hemos expuesto los elementos fundamentales de sus distintas visiones políticas; también hemos transcrito los de la de Trotsky. Esos elementos nos indican las fuerzas motrices sociales sobre las que se sostiene cada una de esas líneas tácticas: la burguesía, con el apoyo del proletariado, para los mencheviques; el proletariado y el campesinado en estrecha alianza, para los bolcheviques, y el proletariado internacional para Trotsky. Éste último también hablaba del necesario apoyo del campesinado al proletariado ruso cuando esta clase iniciase la revolución desde su país; pero la palabra apoyo referida al campesinado, tiene para Trotsky el mismo sentido subsidiario que para los mencheviques encerraba el apoyo del proletariado al gobierno burgués. Ambas fuerzas son secundarias para esas dos corrientes de la socialdemocracia; la construcción revolucionaria no depende de ellas en lo fundamental; como mucho, juegan algún papel en el primer empuje del proceso: inmediatamente después, pasan a la defensa de sus intereses de clase inmediatos (en su sentido económico más puro). No existe, por tanto, como para Lenin –dada la etapa histórica que atravesaba Rusia–, una comunidad de intereses mínimos entre las clases sobre el que fundar y estabilizar el nuevo poder revolucionario, un programa mínimo de construcción revolucionaria. Lenin, en cambio, insistía en que ese programa era, precisamente, el programa mínimo del POSDR, el programa de la república democrática. No en vano había luchado denodadamente cuando se discutía el primer programa del partido (1903), incluso contra Plejánov, por la introducción, en la parte democrática del mismo (programa mínimo), del programa agrario como instrumento para la futura construcción de la alianza del proletariado con las grandes masas del campesinado[12]. La concepción estratégica de la revolución rusa se fue forjando en Lenin desde muy temprano; el año 1905 abría la posibilidad práctica de coronar el diseño arquitectónico de la táctica bolchevique con la instalación en el poder de aquella alianza, dando forma de gobierno provisional revolucionario y de república democrática a la dictadura democrática del proletariado y el campesinado.

¿Cuál es la posición objetiva que ocupa Trotsky en la lucha de dos líneas que enfrenta a la vanguardia del proletariado ruso en la época de la Primera Revolución? La clave para responder a esto está en la metodología con la que cada una de las corrientes vincula el proceso revolucionario con el papel que en él puede jugar la clase obrera. El problema de la actitud hacia el poder nos permitirá mostrar las diferentes limitaciones que cada una de ellas le impondrá y las consecuencias que de ello se derivará.

“Martínov [dice] que si prosperaba la labor organizadora de la revolución y si nuestro Partido dirigía la insurrección popular armada, nos veríamos obligados a participar en el gobierno provisional revolucionario. Y tal participación es una inadmisible ‘usurpación del poder’ (…).

Detengámonos en los razonamientos de quienes comparten dicha opinión. Al entrar en el gobierno provisional, nos dicen, la socialdemocracia tendrá el poder en sus manos; pero como partido del proletariado, no puede tener el poder sin intentar cumplir muestro programa máximo, es decir, sin intentar hacer la revolución socialista. Y en los momentos actuales sufrirá inevitablemente una derrota en esa empresa y no hará más que cubrirse de oprobio, hacer el juego a la reacción. Por eso, según ellos, la participación de la socialdemocracia en el gobierno provisional revolucionario es inadmisible.

Este razonamiento se basa en la confusión de la revolución democrática con la revolución socialista, de la lucha por la república (incluido en ello todo nuestro programa mínimo) con la lucha por el socialismo. En efecto, la socialdemocracia no haría más que cubrirse de oprobio si intentara plantearse la revolución socialista como objetivo inmediato. Precisamente contra semejantes ideas confusas y oscuras de nuestros “socialistas revolucionarios” ha luchado siempre la socialdemocracia. Precisamente por eso ha hecho siempre hincapié en que la futura revolución en Rusia presentará carácter burgués y exigido con energía que el programa mínimo democrático vaya separado del programa máximo socialista. Esto pueden olvidarlo durante la revolución algunos socialdemócratas propensos a dejarse llevar por la espontaneidad, pero no el Partido en su conjunto. Los adeptos de esta errónea opinión se dejan arrastrar por la espontaneidad, creyendo que la marcha de las cosas obligará en esa situación a la socialdemocracia a emprender contra su voluntad la revolución socialista.”[13]

En esta cita, dirigida contra los mencheviques, Lenin describe el error básico que puede provocar todo tipo de desviaciones de la política correcta, tanto por la derecha, con el conservadurismo menchevique que hace el juego a la reacción, como por la izquierda, con el aventurerismo promovido por “ideas confusas y oscuras”. En este sentido, Lenin señala a los socialistas revolucionarios (los eseristas), los herederos del viejo populismo ruso que quería construir el comunismo en Rusia directamente desde la comuna rural (obschina), saltándose la etapa capitalista; sin embargo, no cabe duda de que la teoría de Trotsky también entra en este grupo que ve en el proletariado en el poder “la obligación”  de “hacer la revolución socialista”[14].

El error que critica Lenin es el del espontaneísmo, más complejo y sofisticado en el menchevismo, más burdo y elemental en Trotsky; aunque finalmente ambos se dan la mano. Para los mencheviques, la historia es una sucesión de fases socioeconómicas, cada una de las cuales cumple su función en el desarrollo de las fuerzas productivas. Entienden la idea expuesta por Marx de que ningún modo de producción puede ser superado hasta que no agote en su seno la capacidad de impulsar las fuerzas productivas de una manera tan dogmática que niegan cualquier posibilidad de que en Rusia no domine por todo un periodo histórico el capital y la burguesía industrial; niegan cualquier crédito a toda idea que pueda variar en algo la sucesión clásica entre feudalismo-autocracia y capitalismo-burguesía en Rusia. Esta visión dogmática y mecanicista del materialismo histórico es una forma de economicismo (determinismo) y también una forma –sofisticada, eso sí– de espontaneísmo, según la cual, el proceso histórico sigue una mecánica predeterminada e inconsciente. Pero el espontaneísmo filosófico se torna vulgar cuando se traduce en política: si el proletariado tomara la iniciativa política, “se vería en la obligación de hacer la revolución socialista”; y si esa iniciativa se diera en una fase de la historia en que el protagonismo corresponde a la burguesía, entonces, “no hará más que cubrirse de oprobio”. Es aquí donde Trotsky enlaza con el menchevismo, en la metodología de la mecánica política. Él no es un filósofo dogmático al modo de Martínov; en filosofía, Trotsky ocupa el banco opuesto: no es un determinista, al contrario, es un voluntarista:

“(…) el día y la hora en que el Poder pase a las manos de la clase obrera, depende directamente no del nivel de las fuerzas productivas, sino de los factores de la lucha de clases, de la situación internacional y, finalmente, de una serie de circunstancias objetivas: tradiciones, iniciativas, espíritu combativo…”[15]

Y el poder en manos de la clase obrera le “obligará” a cruzar el umbral de la revolución socialista. Una especie de lógica de las cosas, de impersonal mecánica política, empuja –tanto desde el prisma menchevique, como desde el de Trotsky– al proletariado en una especie de frenética carrera hacia un destino imponente e ineludible. El espontaneísmo consiste, aquí, en identificar el papel histórico-revolucionario de la clase con su papel político en un determinado momento. El salto “espontáneo” es notable[16]. Aunque Trotsky, a diferencia de Martínov y sus amigos, sí acepte el reto del poder para el proletariado, aparentando, con ello, optar por una línea diferente a la menchevique, más cercana a la de Lenin, en realidad, se encuentra atrapado en el mismo microcosmos metodológico que aquéllos. Una especie de fetichismo fatalista permite el dominio del político por la política, del partido y de la clase obrera por el proceso histórico. No hay margen para la creatividad revolucionaria, para la maniobra táctica consciente, para la búsqueda de caminos nuevos. No hay autonomía para el sujeto histórico: terminará siendo engullido por la historia. El método menchevique sustituye la política por la filosofía vulgar, Trotsky también. Ambos expresan dos formas de marxismo vulgar. Finalmente, el menchevismo implica el desarme político del proletariado, porque prefiere la pasividad al temor que le produciría el loco frenesí en el que lo envolvería la lógica de su método si pretendiese acceder al poder. El trotskismo, en cambio, acepta el reto, pero su carrera hacia el socialismo pronto le separará de su base socioeconómica original. La búsqueda de una nueva base de apoyo que permita continuar la carrera le “obligará” a reclamar la revolución proletaria internacional. Si ésta no llega, perderá pie y la caída en el vacío será inevitable. Como esta metáfora fue, efectivamente, la vida política de Trotsky y de su teoría de la Revolución Permanente. Por fortuna, no arrastraron consigo, en su caída, al proletariado de Rusia.

Metodológicamente, por tanto, por su concepción del proceso revolucionario y de la relación de las clases con sus intereses políticos, Trotsky representa una variante del menchevismo. En este sentido, su posición política en el periodo que rodea a la Primera Revolución está más cerca de la línea oportunista del POSDR que de la línea revolucionaria.

[8] Cfr., PROCACCI, G. (Selec.): El gran debate (1924-1926), I. La revolución permanente. Ed. Siglo XXI. Madrid, 1976; pp. 160 y 161. Para una valoración de primera mano de la influencia de Parvus sobre Trotsky, cfr., TROSKY, L.: La revolución de octubre. Ed. Fontamara. Barcelona, 1977; pp. 235-237. Para una apreciación de la contribución real de Parvus en la elaboración de la teoría de la Revolución Permanente, cfr., TROSKY: La revolución permanente, pp. 109-111, donde Trotsky señala que Parvus no llevó hasta sus últimas consecuencias su análisis de las particulares circunstancias socioeconómicas de Rusia, limitándose a encomendar al proletariado que constituyese un gobierno obrero para cubrir los objetivos de la democracia, pero sin llegar a plantear los problemas de la revolución socialista.

[9] Cfr., PROCACCI: Op. cit., pp. 181 y 182.

[10] El propio Trotsky reconoce años después, camino ya del exilio, polemizando retrospectivamente sobre la validez de su teoría, que Lenin apenas si la conoció de primera mano durante el periodo de 1905 a 1919. Con ello, Trotsky trata de justificarse y de insinuar que el jefe bolchevique no hubiera criticado sus planteamientos, ni siquiera en los pocos momentos que les dedicó su atención, si los hubiera conocido directamente desde los textos escritos por el autor o si sus informadores no hubieran sido tan malintencionados. Fuera aparte las suspicacias o cualquier otro tipo de consideración subjetiva, lo que sí es cierto es que ese hecho sólo puede demostrar el escaso interés de Lenin por las posiciones de Trotsky –aunque sólo fuera a título informativo– debido a su escaso peso entre los miembros del POSDR (Cfr., TROTSKY: La revolución permanente, p. 85).

[11] “Para reconocer en 1919 que mi previsión era acertada, Lenin no tenía necesidad alguna de oponer mi posición a la suya. Le bastaba tomar ambas posiciones en su desenvolvimiento histórico.” (Ibídem, p. 86, nota).

“Lo más que se puede decir hoy, después de la comprobación histórica, acerca de las antiguas divergencias en torno a la dictadura, es esto: mientras que Lenin, partiendo invariablemente del papel directivo del proletariado, subraya y desarrolla la necesidad de la colaboración revolucionario-democrática de los obreros y campesinos, enseñándonos a todos nosotros en este sentido, yo, partiendo invariablemente de esta colaboración, subrayo constantemente la necesidad de la dirección proletaria no sólo en el bloque, sino en el Gobierno llamado a ponerse al frente de dicho bloque. No se puede hallar otra diferencia.” (Ibíd., p. 124).

[12] Los elementos programáticos introducidos, ante la insistencia de Lenin, por la socialdemocracia rusa en su II Congreso eran del todo insuficientes: sólo hacían referencia a la demanda campesina de los recortes de tierras (porciones robadas por la nobleza con la reforma de 1861). Sólo con la revolución, el ala bolchevique introdujo el principio de confiscación de la propiedad terrateniente, aunque en el IV Congreso de Estocolmo el impacto revolucionario del programa agrario del partido obrero ruso fue rebajado con la aprobación por la mayoría menchevique del principio de municipalización de la tierra. El error fue subsanado en 1917, cuando el Gobierno bolchevique promulgó el programa agrario eserista (el partido campesino) en forma de ukase, programa que, a la sazón, era lo más parecido a los planteamientos que sobre el problema había defendido Lenin en Estocolmo (la nacionalización). Como se ve, la cuestión campesina fue un permanente caballo de batalla en el partido obrero ruso, debido, sobre todo, a la persistencia de Lenin por que la mayoría del pueblo ruso no se quedara fuera de la revolución.

[13] LENIN: O.C., t. 10, pp. 25 y 26.

[14] Recordémoslo: “Y cuando este último [el proletariado] se hubiera adueñado del poder no habría podido limitarse al aspecto burgués de la revolución” (Cfr., supra, nota 9). ¿Por qué no? Trotsky no lo dice.

[15] TROTSKY: La revolución permanente, p. 102. Estaríamos plenamente de acuerdo con la idea que el autor defiende en este pasaje y no lo hubiéramos traído aquí como ejemplo de subjetivismo voluntarista, si hubiese introducido alguna frase que mostrase que, para él, el hecho de que una clase se aúpe en el poder prematuramente no significa que se desentienda del cumplimiento de las tareas que la historia deja pendientes. Como no lo dice, y tratándose del promotor del salto de la revolución por encima de la etapa burguesa y de las fronteras nacionales sin mirar atrás, preferimos aconsejar cautela al lector cuando se enfrente a este párrafo. Además, las “circunstancias objetivas” que aduce como coadyuvantes para el triunfo de la lucha de clase proletaria, no nos parecen muy “objetivas”: más bien pertenecen al campo de los elementos conscientes e inconscientes (subjetivos) que acompañan la lucha proletaria. Hubiera sido más correcto aludir a factores como las crisis económicas o políticas, las guerras, etc. De esta manera, la tentación de imponer nuestra voluntad subjetiva a la marcha de los acontecimientos no se cerniría como un peligro sobre nuestras cabezas.

[16] “El proletariado [en el poder] realiza los objetivos fundamentales de la democracia, y la lógica de su lucha directa por la consolidación de la dominación política le plantea en un momento determinado problemas puramente socialistas” (Ibídem, p. 137. La cursiva es nuestra). Como se ve en esta formulación ejemplar, el sometimiento de las posibilidades tácticas de la política proletaria bajo el imperativo de una supuesta “lógica” esencialista motivada por la naturaleza y el cumplimiento inmediato de sus tareas históricas como clase revolucionaria (el socialismo) es lo que mejor resume la intención de Lenin cuando califica de “espontaneísmo” las tácticas del tipo de la Revolución Permanente.

CONTINUARÁ…

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