Los tigres de papel por Cayetano Rodríguez del Prado

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CAYETANO RODRIGUEZ DEL PRADO
Fragmentos de Notas Autobiográficas # 19
Recuerdos de la Legión Olvidada (2008)

LOS TIGRES DE PAPEL

DEDICADO AL PRESIDENTE XI JINPING Y AL PCCH

El Presidente Mao Tse-tung (o Mao Zedong) , continuando la conversación que mantenía con Ilander Selig y conmigo aquel 13 de julio de 1964, lamentó la actitud de los Estados Unidos y de otros países de occidente hacía la cuestión de Taiwan. Señaló varias veces y en forma enfática que la isla en cuestión era parte integrante de China y que más tarde o más temprano, volvería al lugar que le correspondía.
En ese momento, apenas se iniciaban las relaciones diplomáticas entre Francia y la República Popular China. Los ingleses mantenían una relación de “necesidad” por el asunto de Hong Kong, con muchas altas y bajas, y Estados Unidos reconocería y establecería relaciones diplomáticas con China en 1979. Antes de esa fecha los Estados Unidos y sus países dependientes reconocían a la isla de Taiwan como la verdadera China. Es como si Trujillo se hubiera refugiado en la Isla Saona, con el apoyo norteamericano, y pretendiera ser la verdadera República Dominicana.
Sin embargo hasta 2018, los gobiernos dominicanos se vieron obligados a aceptar esa iniquidad.
Enfatizó en más de una ocasión la poca importancia que los chinos le daban al tiempo en esta cuestión taiwanesa, repitiéndonos una y otra vez que no tenían prisa en este asunto y que, si su generación no lograba ver la reintegración de la isla al territorio de China, entonces lo vería la siguiente y, si no, entonces la próxima, pues lo más importante en el asunto era que estratégicamente el triunfo estaba claramente definido, aunque en el aspecto táctico tuvieran que soportar el alejamiento transitorio de aquella isla que los portugueses se atrevieron a bautizar con el nombre de Formosa, o “hermosa”.
En un momento de la conversación Mao hizo una pausa, levantó la mirada y recostó la espalda en el mullido sillón. Miró los recipientes donde tomábamos el té y ordenó, con un breve ademán, que nos sirvieran más de aquella bebida. Yo lo agradecí con una sonrisa y de nuevo el líder chino abrió uno de los bolsillos de su casaca y extrajo su cajetilla de cigarrillos. Nos brindó uno a cada uno de nosotros dos, que aceptamos de nuevo.
Sin embargo en un rápido movimiento yo guardé el mío en el bolsillo para conservarlo como recuerdo de aquella reunión. Cuando Mao dirigía su encendedor hacia mi notó que mi cigarrillo acababa de desaparecer dentro de uno de mis bolsillos, pero rápidamente le dije que lo fumaría más tarde, en mi habitación. Asintió con una breve sonrisa.
Cuando se habló de Hong Kong, nuestro interlocutor estableció claramente que se trataba de dos asuntos diferentes. El primero, el de Taiwan, consistía en el desprendimiento más reciente y por la fuerza de una parte integrante del territorio chino, el segundo, por el contrario había llegado a ser un arrendamiento que China hacía a Gran Bretaña, con plazos bien definidos y el pago de una suma determinada de dinero y que al final irreversiblemente retornaría a ser parte integrante, con todos los atributos de soberanía, del territorio de la República Popular China.
A nuestra llegada a Pekin, julio 1964, el tema de la bomba atómica estaba muy de moda en el mundo. Primero Estados Unidos, luego la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y, ahora únicamente faltaba China de entre las cinco grandes potencias, por poseerla.
Mao trajo a colación entonces el tema de las amenazas con armas atómicas que hacían, por un lado, los Estados Unidos y por el otro la URSS, y se extendió por un buen tiempo refiriéndose a la actitud de China ante tales amenazas. Nos dijo enfática y repetidamente que el pueblo chino había sido educado durante años y años en la idea de que aunque sufriera derrotas momentáneas, estratégicamente no podrían ser vencidos, sobre todo si se mantenía unido y fiel a sus principios más nobles.
En un momento, que yo he considerado siempre como uno de los más importantes de ese encuentro, Mao Tse-tung nos preguntó sobre lo que habíamos visto en China, cuáles ciudades habíamos conocido, si nos había parecido grandes y otras preguntas de contenido parecido. Nosotros le contestamos diciéndole que estábamos impresionados por las grandes ciudades que habíamos visto hasta ese momento, y por el desarrollo que, aunque en ciernes, se veía surgir por toda China.
Fue entonces cuando nos dijo que su nación estaba dispuesta a perder todo eso en un enfrentamiento con los países y gobiernos que los amenazaban. Destacó la circunstancia de que en caso de un bombardeo atómico masivo contra China, antes de que un porcentaje relativamente pequeño de sus fuerzas vivas fuera aniquilado, la radioactividad estaría causando grandes estragos en el territorio de la URSS, o de Japón, o de cualquier otro aliado cercano de los agresores y, todo ello, sin menos precio de la respuesta militar que pudiere darle China.
Destacó una y otra vez lo importante que era para ellos no temerle a sus enemigos, despreciarlos estratégicamente, aunque si tomarlos muy en cuenta en el aspecto táctico. Pero para él, la derrota de sus enemigos era un hecho cierto a largo plazo y no debería perderse nunca la confianza en que ese fracaso llegaría inevitablemente, más tarde o más temprano, aunque una y otra vez señaló que China era pacífica y deseaba la Paz con todas las naciones del mundo, incluso la Paz con aquellos que la amenazaban.
La clave de esa seguridad descansaba, desde el punto de vista de nuestro interlocutor, en estar siempre del lado del pueblo y en poseer una ideología clara y firme, que en última instancia, estuviera al servicio de ese pueblo, o mejor aún, que fuera la expresión misma de la voluntad del pueblo. Para Mao, esa ideología era el marxismo-leninismo.
Sin embargo, aquel hombre considerado por muchos historiadores como el revolucionario más genial del siglo XX, mostraba una confianza ilimitada en la victoria final de su causa. No creo que simulaba, más aún, estoy seguro de que nos hablaba con un profundo convencimiento de lo que decía, especialmente cuando se refería al tema de la seguridad absoluta en la victoria sobre sus enemigos.
Mientras él hablaba venían a mi mente las palabras que le dijo a la periodista norteamericana Anna Louise Strong, durante una entrevista que ella le hiciera en 1946 cuando las fuerzas de Chiang Kai-shek, con un ejército de cuatro millones de hombres, trataban de derrotarlo en las montañas de Yenan. En aquel momento Mao le aseguró a la periodista visitante, hablando del gobierno derechista de China, de la Alemania nazi, de Estados Unidos y de Japón, incluyendo el peligro de la bomba atómica, que todos los reaccionarios, aunque parecieran muy fuertes, eran “tigres de papel”. De todos esos “tigres de papel”, solo quedaba por derrotar completamente a los yanquis, pero Mao le aseguró a su entrevistadora que, aunque no había sido derribado todavía, aunque tuviera la bomba atómica, el imperialismo yanqui también sería derribado, pues igualmente, era un “tigre de papel”.
En el momento en que el líder chino daba sus declaraciones a la periodista Strong (1946), la economía china apenas representaba un 2% de la economía mundial mientras que la estadounidense se acercaba al 50 %; cuando Mao hablaba con nosotros (1964), la economía china representaba cerca de un 5 % de la economía mundial y la de los EEUU un 40 %; ahora en la década del 2020, el porcentaje relativo de la economía yanqui se ha reducido a cerca del 20 % de la mundial mientras la economía china en el gobierno del Presidente Xi Jinping ha crecido hasta casi alcanzar al gigante norteamericano.
Cuando nuestro interlocutor abordaba estos temas, yo inicialmente confundido, le miraba fijamente a la cara, escudriñaba la expresión de sus ojos, como si tratara de adivinar el verdadero y más profundo significado de sus palabras. Sobre todo, yo deseaba saber si aquello que decía era sentido profundamente por su corazón, si él creía lo que nos decía.
Tengo la profunda impresión, imborrable por cerca de sesenta años, de que el dirigente de la Gran Marcha, creía profundamente lo que nos decía. Únicamente cuando los líderes creen lo que dicen pueden luchar con tantas energías, desafiar tantos y tan importantes obstáculos y, finalmente alcanzar las metas que se proponen. Fue esta convicción tan firme lo que le permitió derrotar al ejército de Chiang Kai-shek y alcanzar el poder sobre toda la China continental en 1949.
Sin duda alguna, Mao colocaba a China y al Pueblo Chino por encima de cualquier otra consideración. COMPRENDÍ QUE NOSOTROS TENÍAMOS QUE SER DOMINICANOS POR ENCIMA DE TODO, LUCHAR POR LA REPUBLICA DOMINICANA Y POR EL PUEBLO DOMINICANO Y NO CREER EN AQUELLOS QUE PRETENDEN QUE PONGAMOS LOS INTERESES EXTRANJEROS POR ENCIMA DE NUESTROS PROPIOS INTERESES COMO NACIÓN SIN IMPORTARNOS LA JUSTIFICACIÓN IDEOLÓGICA QUE PRETENDAN ENARBOLAR PARA DESTRUIR NUESTRA PATRIA.
En la actualidad ( 2022) el Presidente Xi Jinping y el PCCH levantan con valentía el principio de una sola China y un solo territorio así como la reintegración de la provincia de Taiwan.

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