¡No venceremos!

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Por Manuel Almisas Albéndiz

Educado en las versiones del «Venceremos» de Inti Illimani y de Victor Jara, esta expresión de Rosario de Acuña (Madrid, 1850-Gijón, 1923) me pareció al principio poco menos que una herejía, pero pronto ahondé en su significado y la considero de una gran profundidad y digna de recordarse, sin perder ni una pizca de actualidad, como todas las cosas hermosas y verdaderas. Pertenece a su «Carta de adhesión» a Las Dominicales del Librepensamiento dirigida a Ramón Chíes, director del semanario, y publicada el domingo 28 de diciembre de 1884. Casi al final de su extensa carta decía:

NO VENCEREMOS: la húmeda tierra, como dijo Shakespeare, habrá extendido su frío sudario sobre nuestros huesos, y aún seguirá la batalla ensordeciendo con su estruendo las armonías de la naturaleza; el monstruo de las sombras, el verdadero monstruo apocalíptico, representación terrible de todas las ignorancias, las rutinas, las supersticiones, los egoísmos, las vanidades, las envidias…; esa esfinge de cien cabezas que afianza sus garras de tigre en las huestes de esclavos que alzaron las pirámides de Egipto, y sujeta con anillos escamosos de su cola de serpiente a los siervos de la Edad Media y a los proletarios de las sociedades contemporáneas, no se dejará vencer ni rendir sin revolverse con toda su furia de monstruo, con toda la poderosa fuerza que le presta una desesperada agonía; y nuestros esfuerzos, y los esfuerzos de esa juventud entusiasta que nos sigue, la cual ha empezado a conmoverse con el grito de la libertad del pensamiento, y los esfuerzos de otras cien y cien generaciones, serán impotentes para sepultarla en los antros de la muerte. Sí, ¡serán impotentes! Así es como tenemos que empuñar nuestra bandera; sin la esperanza limitada a nuestro corto existir terrenal; sin la esperanza encerrada en los estrechísimos horizontes de nuestra individual felicidad; así, solo así, podremos mirar de frente, sin que su luz enturbie nuestros ojos, al sol penetrante de la Verdad… astro ¡infinito como la vida y el amor! …No venceremos, pero habremos sostenido el emblema de la humanidad a través del tiempo y del espacio: no venceremos, pero habremos servido a la razón y ceñiremos en nuestras frentes la corona de humanos.

Ahora entremos con resolución en el camino de la Verdad, estrecho y orlado de precipicios. Al verme en él tiemblo, pero sin vacilar…

Estas frases no siempre se entendieron bien. No era un grito pesimista y paralizante. Al contrario, era un llamado realista y objetivo a luchar y reluchar; un llamamiento a la resistencia. Resistir es vencer, decimos hoy día. No se refería a pequeñas batallas por conseguir ciertos derechos o reivindicaciones, ni siquiera se refería a conseguir acabar con la monarquía e instaurar una república sin cambiar de base. Ese no era el objetivo de Rosario de Acuña. Ella quería, anhelaba con todas sus fuerzas, una revolución social que destruyera el actual régimen social y económico, y que posibilitara erigir una sociedad nueva.

Por ejemplo, el pontevedrés Ramón Verea, director de la revista ilustrada mensual El Progreso (Nueva York), publicaba en el ejemplar de enero de 1885 la editorial «Una heroína», comentando la Carta de Adhesión de Rosario de Acuña. Verea, para quien Rosario se había convertido en «el primer apóstol femenino del librepensamiento», escribía: «Su corazón oprimido a la vista de tantos obstáculos deja escapar un grito de desesperación: ¡No venceremos!, dice, y se lanza a la pelea. ¿Dónde se ha visto jamás tanto heroísmo?… Para nada se necesita tanto valor como para luchar sin la esperanza de vencer». Y afirmaba que «la gran escritora se equivoca. El librepensamiento vencerá, tal vez no en nuestros días… pero lo verán los siglos venideros…».

La poetisa valenciana Luisa Cervera Royo sí la entendió muy bien, y así se expresaba, dirigiéndose a Rosario de Acuña, el 31 de diciembre de 1887 en Las Dominicales:

…Tú, oráculo nuestro, nos señalas el sitio del combate, nos dices lo rudo de la batalla y las fuerzas del enemigo, y también nos predices que no le venceremos; pero nosotras, como tú valientes, como tú anónimas y y entusiastas, aunque no tan grandes, nos conformamos con no retroceder a aquellos tiempos de servidumbre y feudalismo, de inquisición y muerte; pues que así alentadas con las vivificantes auras del progreso, opondremos inamovible valla, fortísimo dique a esa avalancha de fanáticos que hacen de la mujer una negación de racionalidad, confundiéndola en inteligencia con las especies inferiores. No venceremos, pero nos haremos fuertes, probando con nuestras energías a los refractarios de la igualdad, que somos dignas de ser las semejantes del hombre… No venceremos, pero prepararemos la tierra para que siembren nuestras hijas y recojan el fruto nuestras nietas.

Esta reflexión de Rosario de Acuña no fue flor de un día, y la mantuvo durante mucho tiempo; toda su vida, podría decirse. No obedecía a su periodo de firme batalla librepensadora y de acercamiento al republicanismo y a la masonería. También la mantuvo cuando, desengañada del republicanismo1, se acercó a las ideas socialistas, al mundo obrero, a los Primeros de Mayo y llamaba a luchar por el Socialismo, «última jornada que nos dejará al pie de la gran cumbre de gloria para nuestros descendientes, cuando el individuo feliz en medio de una libertad incondicional se reconozca solidario de la Naturaleza»2.

Así, cincuenta años mas tarde, en una carta abierta que escribía a su amigo republicano y anticlerical José Nakens, director de El Motín (Madrid)3, con motivo de un homenaje que se le hacía cuando, casi en la indigencia, había ya sufrido múltiples sanciones y arrestos y hasta 47 excomuniones de diversos obispos, Rosario recordaba cuando él, Nakens, «entonces un muchacho», al pasar por la estación de Pinto (Madrid) en la primavera de 1885 -muy cerca de su casa de campo Villa Nueva-, había gritado «¡Viva Rosario de Acuña! ¡Viva la gran mujer española!», y cómo su jóvenes acompañantes habían coreado «¡Viva!, ¡Viva!». Por entonces -recordaba Rosario de Acuña- ya había publicado Las Dominicales su célebre carta de adhesión al libre-pensamiento, y recordaba, a sus más de setenta años, que en esa carta decía, «poco más o menos»: «No venceremos; pero vamos allá, aunque nos cueste la vida y todo cuanto más grato nos sea, pues el progreso humano exige todos los sacrificios».

Por último, unos meses después, Rosario de Acuña seguía dando pruebas de que no había olvidado su expresión «No venceremos», y que seguía pensando lo mismo. Fue en el, quizás, su último artículo4, que se publicó en El Pueblo («diario republicano de Valencia») del 13 de abril de 1923. Se trataba de «Las castañas asadas», un artículo muy crítico contra el caciquismo imperante en Galicia, y en solidaridad con los campesinos gallegos. Allí escribía esto y volvía a su idea de 1884:

Ya han salido las guadañas, las hoces y las piedras: las armas de la jacquerie5, una, dos, tres veces vencidas, pero, al fin, triunfadora ante la Bastilla; y que ahora, y luego y siempre, seguirá triunfando, no importa sobre qué clase, porque su gran fin no es más que triunfar sobre las iniquidades humanas. Y el horno del odio, sin el cual no puede haber jacquerie, está ya encendido. Lo soplaron los inmoderados en las opresiones y ahora llamea inmoderadamente en los oprimidos.

No vencerán enseguida; «no venceremos» los que llevamos dentro, como hilo sutil, la capacidad de la indignación ante lo inicuo. Pero ellos y nosotros no perdemos de vista la luz guiadora, y aun muriendo sin haberla alcanzado, cumplimos bien con nuestra obligación… Vencerán los que les sigan. El caso es empezar la obra; rematarla no es más que cuestión de tiempo. Y de cimientos pueden servir nuestros despojos. ¿Lo han comprendido así los campesinos gallegos? Ellos son los amos, LOS AMOS, así con letra grande. Ellos llevan el trabajo, el sufrimiento, la paciencia; los otros llevan sus vicios, sus crueldades, su soberbia.

Junto a su expresión «No venceremos» se erigía esta otra complementaria que también mantuvo casi medio siglo: «Todo cuanto vemos, y padecemos, a nuestro alrededor, ha de derrumbarse…»6. Ante esta inmensa y titánica tarea que vislumbraba y que creyó materializarse en la revolución rusa de 1917, Rosario de Acuña veía con claridad que solo se lograría con una labor de agitación y cultura revolucionaria de generaciones. Había que derrumbar el edificio social, pero ¿qué tipo de hombre y mujeres debían construir uno nuevo? El hombre y la mujer nuevos, que no existirán sin un trabajo colosal previo de siembra cuidadosa, persistente, regados con el sudor y la sangre de generaciones anteriores.

El «No venceremos» de Rosario de Acuña era, a la vez, un toque de atención y un toque de a rebato. No apelaba al reformismo y a dormirse en la corriente electoralista de los republicanos. Y siempre buscando la unidad de los luchadores, única posibilidad de que el «No venceremos» se trocara en transformación social.

Los obreros y las obreras de Gijón “adoraban” a Rosario de Acuña, y los 1º de mayo de los últimos años de su vida terminaban los actos propios de ese día con una excursión de unas pocas docenas de sus representantes a su casa de El Cervigón para visitarla y honrarla. El 1º de mayo de 1923 fue la última, pues fallecería cuatro días después.

Algunos meses antes, a finales de octubre de 1922, la «Marcha a Roma» de los camisas negras de Mussolini consiguieron que el rey Victor Manuel III entregara el Gobierno de Italia a Benito Mussolini, fundador y presidente del Partido Nacional Fascista, y desde el 31 de octubre se convirtió en Presidente del Consejo de Ministros. El fascismo italiano había llegado a la cumbre del poder, y Rosario de Acuña veía próximo ese peligro para el resto de Europa, que tuvo su continuidad en la Dictadura del general Primo de Rivera cuatro meses después y en el envalentonamiento del Partido Nacionalsocialista (Nazi) de Adolf Hitler que fracasó en un intento de golpe de estado en Munich en el mes de noviembre de 1923. Por eso, aquel día, Rosario de Acuña hizo el primer llamado a la unidad antifascista que se le conoce7.

A ver, amigos socialistas, únanse ustedes los socialistas, los comunistas, los sindicalistas, los anarquistas, todos los verdaderos liberales; unirse en bloque ante esa avalancha que se nos echa encima en todos los países, que es el fascismo, que aquí lo componen los jesuitas, el clero, la Acción Ciudadana8, los sindicatos católicos, los sindicatos libres, los mauristas, los conservadores; en fin, todos los que sostienen este podrido régimen, que se tambalea, y un simple soplo sobraría para echarlo abajo…

La Rosario Acuña del «No venceremos» se entusiasmaba ante la lucha obrera y no dejó ni un solo momento de animarla y alentarla. No podía ser pesimista ni derrotista Rosario de Acuña cuando en fecha tan temprana compuso este grandioso himno obrero aparecido por vez primera en La Campaña (París) del 6 de mayo de 1900, posteriormente publicado en otros medios obreros, y por último el 18 de mayo de 1923 en el semanario comunista La Antorcha:

LA MAREA
Ya se escucha en las orillas
el rumor de la marea;
vendavales de dolores
traen sus olas turbulentas.
Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres
que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza;
viene henchida de agonías;
¡ya se acerca!
Es el grito del espanto del minero que sucumbe
asfixiado por el fuego, en la entraña de la tierra,
siendo el lodo del abismo tenebroso su mortaja,
no dejando más que el hambre
por herencia.
Es el grito del que cae de una cumbre del palacio,
jaspeando con su sangre el vestíbulo de piedra,
donde luego, vanamente, clamarán sus pequeñuelos
cuando vayan mendigando
por las puertas.
(…)
Son los gritos de los seres humillados y vencidos
que formaron hondos mares con sus lágrimas de pena;
¡hondos mares tormentosos de corrientes desbordadas!
donde rugen huracanes
y centellas.
Ya se escucha en las orillas
el rumor de la marea;
no habrá rocas, ni aún las altas,
que resistan los embates de sus olas turbulentas;
viene henchida de agonías.
¡Ya se acerca!…

Fuente de la imagen: Rosario de Acuña Villanueva en Helios (Valencia) del mes de abril de 1924.
NOTAS AL PIE:
1 En carta personal de 6 de enero de 1900 enviada a Luis Bonafoux, director entonces de La Campaña (París) -y pronto de Heraldo de París-, que decidió publicar titulándola «Los republicanos», Rosario -que ya vivía en Cueto (Santander) y se dedicaba a su granja avícola- se explaya criticando a los “sabios” Salmerón y Esquerdo, contra esos ilustres republicanos, exceptuando a Pi y Margall decía, de los que escribía: «¡Pobre gente! ¡Les tengo verdadera lástima! ¡Son tan chiquitos, tan ruincillos, tan poquita cosa! ¡Cómo van a volar ante el soplo brutal de los bárbaros que se nos echan encima! Los veo por el aire con sus hopalandas de sabios de similor, con sus gorros frigios de papel de estraza embutidos en coronas regias, con su escudo rimbombante…
Tras la prohibición gubernamental de su drama «El padre Juan», que solo se representó un día en el Teatro Alhambra de Madrid en abril de 1891, y el desdén con la que fue tratada cuando decidió pedir ayuda a los que creía sus aliados, republicanos y masones, Rosario escribía esto:
«¡Los republicanos!… ¡Ay, amigo Bonafoux! si usted supiera que a pesar de las excomuniones que echaron sobre mí; que a pesar de los conatos de encarcelamientos intentados en mi persona; que a pesar del tejido monstruoso de calumnia que el mundo negro, desde el canónigo hasta el Luis faldero de beato de aldea, enredan alrededor de mi hogar (dondequiera que lo planto); que a pesar de todas cuantas vejaciones e infamias, grandes y chicas, en conjunto y en detalle, le debo al clericalismo, no me hicieron sus legiones de brutos el daño que me causaron los republicanos…».

2 «El 1º de Mayo», en La Voz del Pueblo (Santander), de 28 de abril de 1900.

3 El Motín del 1 de enero de 1923.

4 La revista naturista Helios (Valencia) copiaba en su ejemplar de abril de 1924 un artículo de Rosario de Acuña, «Ni instinto ni entendimiento», publicado en la revista naturista de Barcelona Eugenia, y que Rosario fechaba en «Gijón, 1923», sin especificar el mes. Seguramente se publicó en Eugenia después de fallecer, pues se hacía alusión a su fallecimiento y publicaban un fotograbado de Rosario.

5 Jacquerie: revueltas campesinas francesas.

6 Tomado de «El 1º de mayo», en El Noroeste (Gijón) del 1 de mayo de 1916.

De una crónica póstuma del 1º de mayo de 1923 en Gijón, aparecida en El Socialista del 19 de mayo de 1923: «La solitaria de El Cervigón», de Manuel Tejedor.

8 O «Unión Ciudadana», fue una especie de «milicia cívica» de ideología próxima al fascismo creada en 1919 para reventar las huelgas obreras. Nombraron a Benito Mussolini como miembro de honor de la organización. 

Fuente: Kaos en la Red

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