Hiroshima y Nagasaki: el terrible crimen de los imperialistas norteamericanos

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Hiroshima y Nagasaki: el terrible crimen de los imperialistas norteamericanos 1

El 6 de Agosto y el 9 de agosto de 1945, el Ejército de Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki respectivamente, destruyéndolas en el acto y causándoles la muerte a más 240.000 personas, dentro de las víctimas mortales aproximadamente del 15% al 20% murieron por exposición a la radiación.

Harry Truman, presidente de los Estados Unidos, poco después del cobarde ataque declaró entusiasmado: «Éste es el suceso más grandioso de la historia». Igualmente en su primer discurso después del ataque, dijo sin vergüenza alguna: «El mundo se enterará que se soltó la primera bomba atómica del mundo sobre una base militar en Hiroshima». Ya los propagandistas de la reacción norteamericana hacían pública su retorica que buscaba justificar aquel crimen, pues a toda costa los imperialistas gringos querían atemorizar al mundo con la prueba de su nuevo armamento nuclear, en especial a la Unión Soviética, aun socialista y conducida por Stalin. La carga de sofistería de Truman derrochaba cinismo por todas partes: «Esto se hizo para evitar hasta donde fuera posible la muerte de civiles…», «Las bombas evitaron la muerte de medio millón de soldados norteamericanos».

Las razones para que Truman y los imperialistas yanquis ordenaran lanzar las dos bombas atómicas fueron las siguientes:

1) Amedrantar y chantajear al mundo, en especial al gran país de los Soviets con aquella nueva arma.

2) Frenar el avance de la Unión Soviética y su poderoso Ejército Rojo, que una vez derrotado el Ejército fascista de Kwantung en Manchuria, hacía preparativos para derrotar a los fascistas en el mismo Japón a finales de agosto.

3) Necesitaban probar los efectos del artefacto nuclear en grandes poblaciones.

La reacción en contra del grave ataque nuclear no se hizo esperar en el mundo, rechazando aquel crimen y condenándolo duramente. En los mismos Estados Unidos, muchos altos mandos militares aseguraron que el uso de las armas nucleares contra Japón no era necesario. El General Curtis LeMay, el duro “halcón” de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos declaró lo siguiente: “La guerra habría terminado en dos semanas… La bomba atómica no tuvo absolutamente nada que ver con el fin de la guerra”. Declaraciones similares hicieron otros militares, como el director adjunto de la oficina de Inteligencia Naval, Ellis Zacharias, quien luego escribió: “Precisamente cuando los japoneses estaban dispuestos a capitular, seguimos adelante e introdujimos en el mundo el arma más devastadora que había visto… Sugiero que fue la decisión equivocada. Fue un error por motivos estratégicos. Y fue un error por motivos humanitarios”. De igual forma la comunidad científica rechazó contundentemente aquel cobarde ataque, que en palabras de Albert Einstein concluyó: “La mayoría de los científicos se opuso a usar de repente la bomba atómica, el lanzamiento de la bomba fue una decisión política – diplomática mas que una decisión militar o científica”.

Ni Hiroshima ni Nagasaki eran ciudades militares, Hiroshima era una ciudad de 400.000 habitantes, en donde apenas se encontraban acuartelados 30.000 militares, aquellas dos ciudades no eran inexpugnables fortalezas militares, como mentirosamente alegaron los politiqueros norteamericanos. También fue falsa la argumentación sobre la preservación de vidas civiles y de los militares aliados, pues como había señalado la inteligencia militar norteamericana –y de conocimiento de los altos ejecutivos y politiqueros que acompañaban a Truman-, el Japón estaba próximo a su rendición, la inteligencia norteamericana preveía la rendición para inicios de noviembre.

Durante la conferencia de Yalta, Truman se dirigió a Stalin informándole que su país tenía en su poder un arma de “extraordinaria fuerza destructiva”, pero Stalin, quien ya estaba al tanto del proyecto Manhattan a través del servicio de espionaje, ni reaccionó ante aquel dardo chantajista. Stalin y los grandes dirigentes del gran país de los Soviets, comprendieron la necesidad de acelerar asimismo la construcción de una bomba nuclear para defender el socialismo de la inminente amenaza que implicaban los Estados Unidos, que tras la segunda guerra mundial se erigía como el gendarme mundial.

La necesidad de las armas nucleares para defender el socialismo no era ninguna invención militarista, pues en 1947 el mismo Churchill sugirió a los políticos estadounidenses usar un ataque nuclear en contra de la URSS para borrar el peligro comunista del mundo. En 1949 la Unión Soviética concluyó con éxito la construcción de una bomba nuclear bajo una táctica defensiva, obligado por el chantaje y la presión imperialista. Tras la caída del socialismo en la URSS después de la muerte de Stalin, los socialimperialistas soviéticos entran en una carrera armamentista nuclear con los países miembros de la OTAN en preparación de una posible tercera guerra mundial, los revisionistas soviéticos tergiversaron la táctica defensiva empleada por Stalin en el armamento nuclear, y terciaron hacia su uso ofensivo.

Posterior a la caída del muro de Berlín y la debacle del socialimperialismo ruso en 1991, dicha carrera armamentista no se atenuó, sino que continuó su curso, hoy en preparativos para una tercera guerra mundial. A la fecha existe el potencial en armas nucleares para destruir 5 veces el planeta. Un hecho bastante grave y escalofriante que demuestra la urgencia de sepultar el sistema imperialista de la faz de la tierra, una vez vuelva a aparecer un bloque de países socialistas, estos deberán dotarse de armas nucleares para uso defensivo, y una vez destruido todo el sistema imperialista, llevar adelante el programa militar de la revolución proletaria mundial trazado por Lenin: una vez derrotada la burguesía a nivel mundial, todas las armas podrán convertirse en chatarra, pero antes no.

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