MICHEL FOUCAULT: EL FALSO RADICAL

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«Cuando la mayor parte de la intelectualidad francesa era marxista, Foucault se ganó la reputación de ser un “anticomunista violento”»

A menudo se considera -escribe el filósofo estadounidense Gabriel Rockhill – que Foucault es un radical por haber cuestionado, supuestamente, los fundamentos mismos de la civilización occidental y desafiado sus mitos históricos dominantes con respecto al desarrollo de la razón, la verdad, la ciencia, la medicina, el castigo, o la sexualidad. En realidad – añade Rockhill – Foucault se puede considerar como un exponente del «recuperador radical». Intelectuales que parecen radicales en ciertos círculos, pero cuya función social principal es incluir la crítica verdaderamente radical dentro del sistema existente (…).

Por GABRIEL ROCKHILL (*).-

El ‘Recuperador Radical’

   Ptolomeo construyó un modelo extraordinariamente complejo del universo para hacer que todos los datos empíricos se ajustaran a una suposición falsa central y organizadora, a saber, que la tierra estaba en el centro. Michel Foucault, como veremos, hizo una contribución [Img #74012]GABRIEL ROCKHILL

similar a la ciencia social contemporánea.

   Después de décadas de trabajar dentro y fuera de la herencia foucaultiana, que en un principio me atrajo —como a tantos otros— debido a su aparente rigor materialista, ostensible historicismo radical y supuesta mordacidad política, se ha vuelto cada vez más claro para mí a lo largo de los años que todo el marco organizativo de sus historias es fundamentalmente defectuoso.[1]

   Ha construido, como Ptolomeo, un planetario complejo, con muchas partes intrincadas y bellamente detalladas que funcionan en los términos de una lógica interna impresionante, pero cuyo propósito mismo es desarrollar un modelo del mundo excluyendo de antemano, o minimizando significativamente, su característica más fundamental: el capitalismo global, con todos sus componentes, incluidos el imperialismo, el colonialismo, la lucha de clases, la destrucción ecológica, la división sexual del trabajo y esclavitud doméstica, la explotación y la opresión racializadas, etc.

   Al rechazar la revolución copernicana emprendida por el marxismo, que demostró a través del análisis materialista que el capitalismo es un sistema totalizador y una fuerza impulsora central detrás de la organización del mundo moderno, Foucault se vio en la posición de no poder explicar adecuadamente, en términos materialistas, por qué habían llegado a existir exactamente los sistemas que intentaba describircuál era su función precisa dentro de la totalidad social, o cómo podrían ser transformados. 

   Apegado como estaba a una visión del mundo hostil al poder explicativo y transformador del materialismo histórico, solo podía, en el mejor de los casos, agregar órbitas u objetos adicionales a su planetario, con la esperanza de que el culto a la complejización atrajera y confundiera a los intelectuales, distrayéndolos por lo tanto de la profunda carencia de lo que Michael Parenti llama un análisis radical.

   Una de las razones de esto es que, como muchos de sus compañeros teóricos franceses, Foucault estaba animado por un intenso impulso para diferenciar su trabajo del de formas anteriores de conocimiento, así como de la investigación de sus competidores sobre el así llamado mercado de las ideas

   Por lo tanto, sus escritos académicos otorgan una prioridad muy alta a las explicaciones idiosincrásicas, las novedades conceptuales y los neologismos. En lugar de basarse en las tradiciones colectivas de producción de conocimiento y contribuir a su desarrollo, la marca Foucault presenta historias novedosas que son exclusivas de su visión individual del pasado y comercializables como tales.

   Si bien es cierto que estas historias incluyen varios elementos de la historia material, y que él ha tomado prestados y adaptado muchas de sus ideas más profundas de la tradición marxista, siempre se combinan en configuraciones conceptuales únicas que llevan su sello singular. Una episteme, por ejemplo, se presenta como una forma mucho más refinada, es decir, idealista, de discutir la ideología

   El poder se presenta como una manera más urbana —porque es nebulosa y desvinculada de la lucha de clases— de describir lo que Louis Althusser llamó la concepción materialista de la ideologíaLa arqueología y la genealogía buscan disputar el territorio ocupado por el materialismo histórico, en parte reduciendo las complejas historias del marxismo a una burda caricatura.[2] La práctica discursiva de la crítica se erige como una autoridad moral pequeñoburguesa excepcionalmente capaz de salvarnos de la zambullida irreflexiva en la teoría y la práctica revolucionarias .

   Si se reconociera ampliamente que Foucault era un intelectual instrumentalizado cuya práctica teórica capitalista se fusionaba a la perfección con las necesidades de la industria de la teoría global, en un momento en que se premiaba la promoción de los teóricos franceses que dieron la espalda a la Amenaza Roja, entonces gran parte de este artículo sería redundante. 

   Sin embargo, a menudo se considera que Foucault es un radical por haber supuestamente cuestionado los fundamentos mismos de la civilización occidental y desafiado sus mitos históricos dominantes con respecto al desarrollo de la razón, la verdad, la ciencia, la medicina, el castigo, la sexualidad, etc. Es más, aquellos que se presentan a sí mismos como foucaultianos, al menos dentro de un entorno académico, a veces son percibidos no solo como radicales sino mucho más radicales que muchos, si no todos, de sus predecesores (lo que se debe, en no menor medida, a su criticismo del hombre de paja que ellos llaman «Marx»).

   Esta es, entonces, la contradicción que me gustaría dilucidar, que no es en modo alguno exclusiva de Foucault. Es la contradicción del recuperador radical, es decir, el intelectual que parece radical en ciertos círculos pero cuya función social principal es incluir [recuperate] la crítica verdaderamente radical dentro del sistema existente, de modo que se mantenga vigilada la frontera izquierda de la crítica.

   Entonces, lo que me interesa en primer lugar y sobre todo es cómo el trabajo de Foucault -como el de otros teóricos franceses, pero a menudo con más estilo político y aptitud histórica que DerridaDeleuzeLacan y compañía [3]— ha jugado un papel importante en una reconfiguración histórica mucho mayor: el gran realineamiento ideológico de la intelectualidad occidental, que dio un paso gradual pero decisivo hacia la derecha al distanciarse de la política revolucionaria anticapitalista. 

   Para ver cómo se desarrolló este proceso en el caso de Foucault, que por supuesto involucró una miríada de fuerzas y no se debió solo a él, será útil exponer y contextualizar la evolución de su política voluble. Esto nos permitirá poner sobre el tapete un patrón claro e identificar al hombre detrás de las muchas máscaras.

   Radicalismo aristocrático

   En sus primeros años, cuando la mayor parte de la intelectualidad francesa era marxista, Foucault se ganó la reputación de ser un “anticomunista violento”, según su biógrafo Didier Eribon [4]. Esto fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando la Unión Soviética derrotó al nazismo y el comunismo disfrutó de un apoyo extremadamente amplio en Francia

   Su contexto histórico inmediato era, por lo tanto, uno en el que la derecha había sido abrumadoramente desacreditada debido a su colaboración con los nazis, y la izquierda anticapitalista estaba en un punto culminante debido al éxito de su histórica batalla mundial contra el fascismo. 

   Es cierto que en sus años de estudiante, Foucault, que se había criado en una familia de clase media alta un tanto conservadora, se vio arrastrado brevemente por esta ola izquierdista de la posguerra. Incluso se adhirió durante algunos meses, bajo la influencia de Althusser, al Partido Comunista Francés. Sin embargo, su participación, según otro de sus biógrafos, David Macey, fue ampliamente reconocida como evasiva y destacable por su falta de seriedad. 

   El propio Foucault describiría más tarde su posición política en aquel momento con el oximoron ‘marxismo nietzscheano‘. Nietzsche era ferozmente antimarxista, por supuesto, y defendió repetidamente la superioridad natural de la raza superior, mientras difamaba a aquellos que buscaban superar las desigualdades sociales y económicas.

   Aunque algunos de los primeros trabajos de Foucault llevan la impronta de su vacilante y circunspecto compromiso con el marxismo, y en particular la influencia de Althusser, a lo largo de la década de 1960 se manifestó fuertemente en contra de la tradición marxista

   Antes de 1968, según Bernard Gendron, “tenía la reputación de ser condescendientemente apolítico, un feroz crítico del Partido Comunista Francés […], un tecnócrata gaullista y un negacionista del poder de la acción humana”.[5] En El orden de las cosas (1966), que lo catapultó a la luz pública, proclamó que el marxismo, lejos de introducir una ruptura real en la historia o proponer un cambio radical, emerge sin fisuras dentro de—y fue el resultado de— la misma configuración epistemológica que la economía burguesa. Para Foucault, su aparente oposición, desde un punto de vista materialista, era sólo una ilusión superficial. 

   En una inversión idealista clásica, el materialismo histórico se integró así en un sistema de ideas al que se le otorgó el estatus de motor principal. Además, añadió Foucault, en un pronunciamiento ex-cathedra desprovisto de cualquier evidencia material, que el marxismo etaba como pez en el agua en el siglo XIX, pero en culquiera otra parte “deja de respirar”.[6] 

   En resumen, el marxismo fue una teoría viva que murió tan pronto como logró cambiar materialmente el mundo a través de las revoluciones anticapitalistas del siglo XX. El tema, al parecer, era interpretar el mundo, no cambiarlo, y el vuelo a la praxis requería una llamada de vuelta al orden intelectual.

   No es de extrañar que la posición reaccionaria e idealista de Foucault provocara un importante debate público con dos de los intelectuales marxistas más visibles de la Francia de la época: Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir

   El autor de El orden de las cosas declaró rotundamente que Sartre, como marxista, era un hombre del siglo XIX que, como pez fuera del agua, intentó pensar el siglo XX de forma “magnífica y patética”.[7] Dando rienda suelta a uno de sus pronunciamientos oraculares característicos, llegó a etiquetarlo como «el último marxista«.[8]

   Sartre y Beauvoir devolvieron el disparo explicando que Foucault era la última barrera que la burguesía podía erigir contra el marxismo: incapaz de refutar su versión materialista de la historia tras numerosos intentos, simplemente recurrió —a través de la figura de Foucault— a eliminarla consignándola perentoriamente al basurero de la historia.

   Mientras que los intelectuales marxistas como Sartre y Beauvoir eran internacionalistas y estaban comprometidos con las luchas anticoloniales, Foucault pasó por alto felizmente los movimientos revolucionarios de independencia que rugían a sus puertas, y se interesó poco o nada en la historia global del imperialismo (aunque apoyó incondicionalmente a Israel).[9] 

   En cambio, mantuvo, casi sin excepción, un marco de análisis eurocéntrico. «Ignorando el contexto imperial de sus propias teorías«, señaló apropiadamente Edward Said, «Foucault parece representar en realidad un movimiento colonizador irresistible que, paradójicamente, fortalece el prestigio tanto del erudito individual solitario como del sistema que lo contiene«.[10]

   Para tomar el que quizás sea el ejemplo más flagrante, Foucault se ‘perdió’ uno de los principales acontecimientos de su generación porque no apoyó la lucha por la independencia de Argelia.[11] Aunque afirmó en al menos una entrevista que esto se debía a que estaba en el extranjero en ese momento (como si eso impidiera que alguien apoyara un movimiento), en realidad regresó a Francia en 1960, mientras que la guerra no terminó hasta 1962.

   Esta tendencia a describir retroactiva y oportunistamente sus simpatías políticas, como si hubieran estado alineadas con luchas que no apoyó abiertamente en ese momento, aparece más de una vez en sus biografías y fue característica de su reposicionamiento posterior a 1968, como veremos.

   Durante la represión terrorista del movimiento de liberación argelino por parte del estado francés, Foucault había adoptado, en palabras de Macey, “una visión ampliamente positiva del manejo de la situación argelina por parte del general [de Gaulle] y del posterior proceso de descolonización”.[12]

   Dado el rechazo general de Foucault a las luchas anticapitalistas y anticoloniales, así como su reputación, según Eribon y otros, de apoyar a De Gaulle y ser un operario de élite dentro de las redes de poder de las instituciones más prestigiosas de Franciapodría parecer algo sorprendente que después llegara a ser identificado como militante de izquierdas

   De hecho, Francine Pariente, asistente de Foucault desde 1962 hasta 1966, ha dicho que nunca logró creer en su repentino giro hacia la izquierda.[13] Históricamente hablando, mucho de esto tuvo que ver con 1968 y la falsa analogía que se estableció a raíz de este suceso entre los pensadores más destacados de la década de 1960 y los acontecimientos que sacudieron a su generación

   Si bien es cierto que el trabajo de Foucault fue muy visible en los años previos a 1968, por supuesto no hay evidencia de que hubiera contribuido positivamente al levantamiento de manera significativa. Cornelius Castoriadis proclamó rotundamente que “Foucault no se escondió de sus posiciones reaccionarias hasta 1968”.[14]

   De hecho, Foucault había formado parte de la comisión gubernamental que redactó las reformas universitarias gaullistas, que fueron ampliamente reconocidas como una de las principales chispas de la revuelta estudiantil. Escribió varios de los informes preparatorios para la comisión y no mostró signos claros de oposición a las reformas que ayudó a formular.[15] El hecho de que no se involucrara en el movimiento o en actos de solidaridad (ya que estaba principalmente en el extranjero), o incluso expresara su apoyo público en ese momento, no debería sorprendernos: si Foucault estuvo en algún lado de las barricadas de 1968, fue del lado fortificado por el estado gaullista al que sirvió diligentemente.

   Es cierto, sin embargo, que el final de la década de 1960 tuvo un efecto radicalizador en el autor de Las palabras y las cosas, comenzando con el movimiento estudiantil tunecino de 1967, y que esto explica en parte su imagen pública de izquierda. Como él mismo afirmaría más tarde en numerosas ocasiones, este momento fue su llamada de atención política, y quedó impresionado por el marxismo vibrante de los estudiantes tunecinos a los que apoyó discretamente.[16] 

   Cuando regresó a Francia tras la revuelta de 1968, mostró signos de simpatizar en general con los maoístas, “sin compartir su creencia en la revolución cultural”.[17] A medida que se iba moviendo rápidamente hacia la izquierda para adaptarse al nuevo clima político, llegó a participar en ocupaciones universitarias y movilizaciones públicas, en parte para asegurar rápidamente las credenciales callejeras requeridas, según sus biógrafos.

   A principios de la década de 1970, Foucault cofundó y encabezó el Groupe d’Information sur les Prisons (GIP), cuyo objetivo era exponer las condiciones de las prisiones mediante la recopilación y difusión de información proveniente de quienes estaban directamente involucrados en ellas (en lugar de hablar por ellos). En palabras de uno de sus miembros, Gilles Deleuze, funcionó «como un grupo que trató de combatir el resurgimiento del marxismo«, pero no se caracterizó por una ideología o línea política específica (los miembros incluían cristianos, maoístas e individuos ‘no alineados’).[18]

   Aunque el GIP expresó su apoyo a George Jackson, mariscal de campo del Partido Panteras Negras, al publicar un importante panfleto en 1971 sobre su asesinato en prisión, Foucault, en su correspondencia privada, había elogiado curiosamente a dicho partido por haber desarrollado “un análisis estratégico libre de la teoría marxista de la sociedad” (el Partido Panteras Negras era, sin embargo, marxista).[19] Tanto Joy James como Angela Davis han criticado deliberadamente a Foucault por su falta de comprensión del sistema penitenciario estadounidense, así como por su eurocentrismo y su borrado de la violencia racial y de sexo, la tortura y el terror en la prisión moderna.[20]

   Foucault conceptualizaría su trabajo en ese momento como el de un intelectual específico que movilizó su experiencia particular para las luchas de poder locales en el campo del conocimiento y el discurso, en lugar de un intelectual universal, como Sartre y otros marxistas, que intentaba poder tener acceso a la verdad y a un relato sistémico de la realidad.

   Esta última orientación, según Foucault lo decía regularmente ateniéndose a una de las analogías idealistas más extendidas y no probadas de la época, era un proyecto intelectual totalizador, lo que de alguna manera equivalía a práctica de «totalitarismo». Para los idealistas, el mismo acto de pensar la totalidad social es en sí mismo una práctica totalizadora y, por lo tanto, ‘totalitaria’, porque las ideas son los motores principales de la historia (y pueden usarse para asociarlas libremente a palabras que suenan parecidas).

   Para evitar esta supuesta mala forma de pensar, Foucault abrazó abiertamente la especialización académica, el taylorismo intelectual que es parte integral de la producción de conocimiento institucionalizado bajo el capital

   También alentó a los intelectuales a centrarse en la «microfísica del poder» anónima y descentralizada en sus contextos locales y, por lo tanto, abandonar el proyecto de dilucidar y luchar contra la macrofísica del poder que opera en la lucha de clases global. De esta manera, y con muy pocas excepciones, dio carta blanca a los principales proyectos imperiales de su vida. Basta comparar su llamada ‘historia del presente’ con las escritas por intelectuales antiimperialistas como William BlumMichael Parenti o Walter Rodney para verlo claramente.

   Sin embargo, el período de fines de la década de 1960 y principios de la de 1970 constituyó el punto culminante del compromiso de Foucault. Participó en numerosas acciones públicas, firmó peticiones, apoyó pública o privadamente luchas específicas, etc. Si bien “nunca se convirtió en miembro de ninguna organización política establecida”, y no replanteó una posición política clara y coherente en términos de las ideologías dominantes de izquierda, su política inconexa tendió a gravitar hacia los círculos intelectuales maoístas, que también tenían elementos anarquistas, liberales y libertarios. [21]

   Con todo, no se convirtió en marxista, y la mayoría de sus preocupaciones, muy parecidas a las de los liberales, se relacionaban con problemas sociales específicos, casos individuales y lo moralmente «intolerable», en lugar de una crítica sistémica que estaba incrustada en un marco internacionalista orientada hacia la transformación social colectiva.

   Por lo general, Foucault no hizo caso de los movimientos ecologistas y feministas, que crecieron rápidamente a raíz de 1968, al igual que el movimiento de liberación gay. Si bien simpatizaba con este último y lo apoyaba de varias maneras, sospechaba del joven movimiento militante Front Homosexual d’Action Révolutionnaire (FHAR), que tenía como objetivo subvertir el estado burgués y heteropatriarcal. 

   Foucault temía que el activismo de FHAR pudiera conducir a nuevas formas de guetización, y expresó su apoyo a la antigua organización ‘homófila’, Arcadie, al aceptar una invitación a hablar en su congreso de 1979. Según uno de los miembros destacados de FHARGuy HocquenghemArcadie era un establecimiento bastante burgués, un club solo para miembros que ponía mucho énfasis en la discreción respetuosa. Macey interpreta la decisión de Foucault de hablar en su congreso como una postura deliberada a favor de su enfoque más conservador y en contra de la militancia de FHAR.

   A lo largo de la década de 1970 y principios de la de 1980, la voluble orientación política de Foucault se alejó cada vez más de lo que había sido un centro de gravedad vagamente izquierdista. Su evolución no fue diferente, en muchos sentidos, a la de André Glucksmann, quien fue uno de sus colaboradores políticos más cercanos y habituales durante este período. 

   Después de operar en redes académicas conservadoras de élite y más tarde involucrarse brevemente en los círculos intelectuales maoístas de fines de la década de 1960 o acercarse a ellos, ambos [Foucault y Glucksmann] llegaron a abrazar la crítica ‘antitotalitaria’ del comunismo y se comprometieron con el apoyo pro-occidental a las políticas disidentes’ del Este

   Glucksmann y otros nuevos filósofos se basaron en gran medida en el trabajo de Foucault y lo exaltaron como marco de análisis antimarxistaFoucault, a cambio, se deshizo en elogios hacia ellos, particularmente escribiendo un panegírico de la diatriba anticomunista de GlucksmannLes Maîtres penseurs, en el que expresaba su apoyo a la idea de que Hitler y Stalin habían introducido conjuntamente una nueva forma de holocausto (omitiendo discretamente la derrota histórica y mundial infligida por el Ejército Rojo a la máquinaria de guerra nazi).[22]

   El anticomunismo virulento de Glucksmann, al igual que el de Foucault, se fusionó con un populismo plebeyo incipiente y una metafísica de los marginados. La lucha de clases internacional se alejó de la conciencia y fue reemplazada por una batalla abstracta entre las fuerzas supuestamente totalitarias del mal y la prístina excelencia moral de lo que ambos llamaron ‘la plebe’. Esta última, admitió abiertamente Foucault, no correspondía a ninguna “realidad sociológica” sino que era un je ne sais quoi —también hallado dentro de la burguesía— que escapa a las relaciones de poder. [23]

   No debería sorprender que los nouveaux philosophes fueran identificados como activos importantes por la Agencia Central de Inteligencia, al igual que Foucault.[24] 

   Por un lado, hicieron una gran contribución a la demolición del marxismo en Francia y emprendieron una guerra de propaganda masiva contra el socialismo realmente existente. En particular, contribuyeron agresivamente a los espectáculos mediáticos organizados en torno a los llamados disidentes políticos del Este, que fueron celebrados y promovidos por el Estado de Seguridad Nacional de EE. UU.[25]

   Por otro lado, dirigieron casi todas sus energías críticas contra los supuestos males del Este y prestaron poca atención -si no buscaban abiertamente justificarlas como ‘intervenciones humanitarias’- a las actividades de la mayor potencia imperial de la era de posguerra, los Estados Unidos, mientras ésta intentaba derrocar a más de 50 gobiernos extranjeros. Ambas orientaciones estaban, por supuesto, perfectamente alineadas con la guerra mundial contra el comunismo de la CIA, que fue directamente responsable de la muerte de al menos 6 millones de personas en 3.000 operaciones mayores y 10.000 operaciones menores entre 1947 y 1987 (ninguna de las cuales, que yo sepa, fueron mencionados por el teórico más conocido de las relaciones de poder).[26]

   A fines de la década de 1970, el voluble Foucault se había convertido en un oponente acérrimo de todas las formas de socialismo realmente existentes. En una reveladora entrevista en 1977, proporcionó una larga lista de países socialistas que, en su opinión, no brindaban un rayo de esperanza o señal de una orientación útil, incluidos la URSSCubaChina y Vietnam. Esto lo llevó a la grandiosa y categórica conclusión de que “la importante tradición del socialismo debe ser fundamentalmente cuestionada, ya que todo lo que esta tradición socialista ha producido en la historia debe ser condenado ”.[27]

   La ironía de esta pontificación sobre la historia global no nos debería pasar desapercibida: el autoproclamado intelectual específico, que declaró que los académicos solo deberían intervenir en áreas en las que tuvieran experiencia real, no tuvo ningún problema en anunciar la muerte del socialismo, aun cuando su obra histórica o filosófica no se comprometió de forma seria con esta historia o sus regiones geográficas relevantes. Tal vez simplemente se olvidó de mencionar la geografía colonial que sustenta la idea del intelectual específico: mientras que la «historia del presente» en Occidente es infinitamente compleja y requiere un conocimiento experto, los intelectuales europeos específicos pueden hacer proclamaciones categóricas y salvajes sin una base de conocimiento real cuando se trata del resto del mundo.

   Es particularmente revelador en este sentido que la política ‘radical’ inconexa de Foucault encontrara un nuevo objeto de interés en otra área, fuera de Europa, donde no tenía experiencia: Irán. Para algunos, parecía unirse una vez más a la causa de la política revolucionaria cuando apoyó firmemente la revolución iraní de 1978-1979

   Sin embargo, la razón de su apoyo no fue que comenzara como lucha antiimperialista contra un gobierno títere de la CIA. De hecho, ni siquiera menciona esto en sus voluminosos escritos sobre el tema. En cambio, estaba intrigado por lo que él llama una revolución que se separó de dos principios centrales de la tradición marxista (aunque no proporcionó ningún análisis materialista de las fuerzas marxistas sobre el terreno en Irán): la lucha de clases y la vanguardia revolucionaria

   Basándose en François Furet, el historiador rabiosamente antimarxista a quien elogiaba regularmente, y participando en una forma no tan sutil de orientalismo, Foucault afirmó que esta nación «atrasada» estaba dando a luz una política espiritualista que había sido parte del pasado de Europa, pero sin los dolores de parto de la modernización. Fue duramente criticado por sus puntos de vista y su desconocimiento general de la situación, y discretamente dejó de publicar denuncias periodísticas sobre política contemporánea.

   A fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, el enamoramiento relativamente breve de Foucault con la política de izquierdas se había convertido nuevamente en absoluto disgusto y desprecio. Ya en 1975, le replicó a un manifestante que le preguntó si estaría dispuesto a hablarle a su grupo sobre Marx: “No me hables más de Marx. No quiero volver a saber de ese caballero nunca más… Estoy completamente harto de Marx”. [28] 

   Al igual que el cada vez más reaccionario Glucksmann, llegó a estar cada vez más fascinado con el neoliberalismo, que describió de manera reveladora en sus conferencias de 1978-79 como basado en la idea claramente valiosa, en su mente, de “una sociedad en la que hay una optimización de los sistemas de diferencia, en los que se deja el campo abierto a los procesos fluctuantes, en los que se toleran los individuos y las prácticas minoritarias”.[29]

   A diferencia de toda la investigación marxista rigurosa sobre el neoliberalismo, Foucault dirige nuestra atención principalmente a sus elementos ideológicos, que valoriza como una forma supuestamente diferente de pensar la política, y no a su carácter imperialista y colonial como proyecto global de superexplotación y represión intensificada.

   Al mismo tiempo, se distanció explícitamente del movimiento estudiantil y obrero, afirmando que era un rebelde no activo imbuido en el “silencio” y la “abstención total”.[30] Como tantos otros intelectuales de su generación seducidos por el giro ético, Foucault se alejó de las luchas políticas concretas y se acercó a una forma nebulosa de individualismo, de estilo de vida anarquista o incluso simple libertarismo centrado en el ‘cuidado de sí mismo’. 

   Cuestionó la organización de los movimientos de liberación, como el feminismo y la liberación gay, que estaban subordinados a “ideales y objetivos específicos”.[31] Al describir estos movimientos como clubes privados y excluyentes, llegó a la siguiente conclusión: “La verdadera liberación significa conocerse a sí mismo [La véritable libération signifie se connaître soi-même ] y muchas veces no puede ser realizada por la intermediación de un grupo, cualquiera que sea.”[32] 

   Si la ilustración individual es la apoteosis de la liberación, y la acción colectiva está excluida, entonces el intelectual de salón ha logrado orquestar un golpe discursivo decisivo al definir su actividad pequeñoburguesa aislada como la liberación misma¡Vive la contrarrevolución !

   Como si esto no fuera suficiente, Foucault pasaría a unirse al coro de intelectuales antimarxistas como Furet y Hannah Arendt al permitirse el chantaje reduccionista y simplista del gulag, afirmando que cualquier intento de transformar radicalmente el sistema de relaciones socioeconómicas a través de la acción política colectiva conduciría inevitablemente a las consecuencias más terribles.[33] En uno de sus ensayos más leídos de 1984, escribió:

   «Esta ontología histórica de nosotros mismos debe alejarse de todos los proyectos que pretenden ser globales y radicales. De hecho, sabemos por experiencia que la pretensión de escapar del sistema de la realidad contemporánea para dar programas de conjunto a otra sociedad, a otra forma de pensar, a otra cultura, a otra visión del mundo, en realidad sólo nos ha llevado a reproducir la tradiciones más peligrosas».[34]

   Evitando la lucha por un cambio social real y material, Foucault desarrolló, en cambio, una práctica discursiva individual de crítica. Inscribió esto en una tradición eurocéntrica que hacía remontar a un defensor del despotismo ilustrado (Kant), y que incluía a un enemigo aristocrático de las masas (Nietzsche) y un nazi impenitente (Heidegger), pero excluía a Marx

   En el caso del progenitor de esta tradición, la actitud crítica de la Ilustración, tal como la entiende Foucault, equivalía a ‘atreverse a saber’ a través de la razón y el discurso, obedeciendo siempre a los dictados del orden social tal como los imponía el monarca y su ejército.

   Nietzsche, que en muchos sentidos sirvió como modelo de la forma preferida de crítica de Foucault, no solo era antimarxista, sino que también estaba en contra del socialismo, la democracia y cualquier proyecto político que pretendiera dar el poder a las masas. Como Domenico Losurdo ha explicado en detalle, Nietzsche era un autoproclamado ‘aristócrata radical’ cuya identificación de la razón con la dominación, al igual que la de Foucault, sirvió como baluarte contra la crítica racional y científica de las jerarquías de clase, raza, género y sexualidad.[35]

   El hombre detrás de las muchas máscaras

   Foucault se entregó a lo largo de su carrera al juego intelectual pequeñoburgués de la autoficcionalizaciónaceptando y rechazando caprichosamente diversas etiquetas y posiciones, como si fueran máscaras para ponerse o quitarse, pero sin un rostro identificable detrás de ellas. 

   Lo subjetivo, al menos en su caso, o más bien su mente, triunfó sobre lo objetivo. Muchos de sus comentaristas han celebrado esta idea oxímoron de un sujeto sui generis, actuando como si su maestro —a diferencia de sus objetos de análisis— nunca pudiera ser precisado a concretar porque siempre se burlaba de los intelectuales reduccionistas que pensaban que sus caprichosas tergiversaciones seguían pautas identificables que podrían situarse históricamente.

   Sin embargo, hay razones para creer, como señalan sus dos principales biógrafos en numerosos casos, que el rostro detrás de las máscaras era el de un oportunista político y un arribista pequeñoburgués. Como reacción a la oleada comunista de la posguerra, se probó brevemente la máscara marxista, pero no sin antes dibujarle con picardía el bigote fuera de lugar de Nietzsche

   En los primeros años de la Quinta República reaccionaria, se vio atraído por el gaullismo y se volvió abiertamente anticomunista a medida que florecía su carrera académica y colaboraba con el gobierno. Sin embargo, a raíz de las insurgencias de finales de la década de 1960, reconoció rápidamente que el escenario había sido alterado y, como era de esperar, emprendió un cambio de vestuario apresurado. 

   A mediados de la década de 1970, cuando el anticomunismo reaccionario regresó con una venganza notable en forma de la nouveaux philosophes, que se convirtió en una increíble sensación mediática, Foucault, el cambiaformas, vio una nueva oportunidad para reinventarse a sí mismo cuando su carrera despegaba en la academia estadounidense anticomunista, lo que, como era de esperar, lo colocó en un enorme pedestal. 

   Esto no quiere decir, por supuesto, que no haya tenido algunas de sus propias razones subjetivas para cambiar sus opiniones sobre ciertos asuntos. Sin embargo, hay un patrón claro detrás de la supuesta alegría. Al igual que otros teóricos franceses, pero con su propio sello único, Foucault fue un recuperador radical cuya fama en la industria de la teoría global es proporcional a su camaleónica capacidad para parecer radical mientras insertaba la teoría crítica dentro del campo procapitalista.

   En definitiva, si se tiene alguna duda sobre la función social de la obra de Foucault dentro de su coyuntura histórica, sólo hay que mirar sus consecuencias políticas materiales. Mientras que la tradición marxista ha contribuido a innumerables luchas de liberación y revoluciones, la herencia foucaultiana no ha producido ni una sola. Sin embargo, ha generado una industria artesanal muy poderosa de académicos anticomunistas que intentan conservar las complejidades del planetario de su maestro mientras cultivan una imagen de radicalidad para acabar, de una vez por todas, con la teoría y la práctica revolucionarias.

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GABRIEL ROCKHILL

  (*) Gabriel Rockhill (nacido en 1972) es un filósofo, escritor, crítico cultural y activista franco-estadounidense. Es profesor de Filosofía en la Universidad de Villanova. Fundador y Director del Taller de Teoría Crítica/Atelier de Théorie Critique , y exDirecteur de program en el Collège International de Philosophie .  Mejor conocido por su trabajo académico innovador en los campos de la historia, la estética y la política, también contribuye regularmente al debate intelectual público, y sus escritos han circulado ampliamente en lugares como CounterPunch , Black Agenda Report , el New York Times, Libération y la Revisión de Libros de Los Ángeles.

Notas :

[1] En otro lugar he demostrado en detalle algunos de los problemas fundamentales de la obra de Foucault, particularmente en sus historias supuestamente materialistas, y he hecho lo mismo con otros escritos de la tradición foucaultiana, como los de Jacques Rancière. Con respecto a Foucault, véase, por ejemplo, Gabriel Rockhill, «Foucault, Genealogy, Counter-History», Theory & Event 23:1 (enero de 2020): 85-119; Gabriel Rockhill, “Comment penser le temps présent? De l’ontologie de l’actualité à l’ontologie sans l’être”,  Rue Descartes  75 (2012/3): 114-126; Gabriel Rockhill, Intervenciones en el pensamiento contemporáneo: historia, política, estética (Edimburgo: Edinburgh University Press, 2017); gabriel rockhill,Logique de l’histoire: Pour une analytique des pratiques philosophiques (París: Éditions Hermann, 2010). Para mis críticas a Rancière, véase Interventions in Contemporary Thought and Radical History & the Politics of Art (Nueva York: Columbia University Press, 2014). Para críticas recientes de Judith Butler, cuyo trabajo y posición política surge de la herencia foucaultiana, así como derridiana-levinasiana, consulte Jared Ijams, «Judith Butler’s Impotent Politics of Nonviolence», Cosmonaut (26 de mayo de 2020): < https://bit.ly/3h58TVz> y Ben Norton, “La filósofa posmoderna Judith Butler donó repetidamente a ‘Top Cop’ Kamela Harris” (18 de diciembre de 2019).

[2] Nicos Poulantzas ha proporcionado una de las mejores descripciones críticas de las caricaturas reduccionistas de la tradición marxista de Foucault en State, Power, Socialism , trad. Patrick Camiller (Londres: Verso, 2014).

[3] Dada la aparente dedicación de Foucault a la historia materialista y el activismo político, particularmente cuando se compara con otros teóricos franceses, se puede argumentar que es más peligroso porque es, en muchos sentidos, el más radical de los recuperadores.

[4] Didier Eribon, Michel Foucault (París: Flammarion, 1989), 237. Todas las traducciones, a menos que se indique lo contrario, son mías.

[5] Bernard Gendron, “Foucault’s 1968,” en The Long 1968: Revisions and New Perspectives , eds. Daniel J. Sherman, Ruud van Dijk, Jasmine Alinder, A. Aneesh (Bloomington: Indiana University Press, 2013), 23.

[6] Michel Foucault, Les Mots et les chooses (París: Éditions Gallimard, 1966), 276.

[7] Michel Foucault, Dits et écrits I: 1954-1969 (París: Éditions Gallimard, 1994), 542.

[8] Ibíd. 542.

[9] Según David Macey, los “sentimientos pro-israelíes de Foucault eran tan inquebrantables como su disgusto por el PCF” (David Macey, The Lives of Michel Foucault: A Biography . London: Verso, 2019, 40).

[10] Edward Said, Cultura e imperialismo (Nueva York: Vintage Books, 1993), 278.

[11] Véase Michel Foucault, Dits et écrits IV: 1980-1988 (París: Éditions Gallimard, 1994), 58-59.

[12] Macey, Las vidas de Michel Foucault , 84.

[13] Véase Eribon, Michel Foucault , 132.

[14] Cornelius Castoriadis, La Montée de l’insignifiance (París: Éditions du Seuil, 1996), 35.

[15] Además de su biografía de Foucault, ver la entrevista con Didier Eribon en el programa de televisión “Apóstrofes”: .

[16] Véase, por ejemplo, Foucault, Dits et écrits IV , 78-81.

[17] Macey, Las vidas de Michel Foucault , 263.

[18] Richard Wolin, The Wind from the East: French Intellectuals, the Cultural Revolution, and the Legacy of the 1960s (Princeton: Princeton University Press, 2010), 289.

[19] Michel Foucault, Dits et écrits I: 1954-1975 (Paris: Éditions Gallimard, 2001), 44. Dado que esta afirmación es de octubre de 1968, es posible que Foucault haya estado expuesto a algunos de los primeros trabajos del BPP que eran menos explícitamente marxistas. Sin embargo, cuando visitó Attica en 1972, a raíz de la rebelión en la prisión y la subsiguiente represión violenta, extrañamente reprendió a los comunistas por estar tan en deuda con la ideología burguesa de la criminalidad que se negaron a organizar a los encarcelados a menos que fueran «prisioneros políticos» ( “Michel Foucault sobre Ática: una entrevista”, Telos19 (1974): 154-161). Jackson, cuyo asesinato fue visto como una chispa para la revuelta de Attica, era un comunista que había estado haciendo exactamente lo contrario de lo que afirmaba Foucault. Este tipo de tergiversaciones son, por desgracia, bastante frecuentes en la obra de Foucault. He documentado cuidadosamente sus atroces malas interpretaciones de Descartes, Kant y Nietzsche en las obras citadas en la nota 1. Brady Thomas Heiner ha proporcionado un análisis de la relación de Foucault con el BPP que, aunque no reconoce o minimiza la profunda brecha entre el intelectual francés y el marxista- revolucionarios leninistas, proporciona información útil: “Foucault and the Black Panthers,” City 11:3 (diciembre de 2007): 313-356.

[20] Ver Joy James, ed., The Angela Y. Davis Reader (Malden, MA: Blackwell Publishing Ltd, 1998) y Joy James, Resisting State Violence: Radicalism, Gender and Race in US Culture (Minneapolis: Minnesota University Press, 1996).

[21] Macey, Las vidas de Michel Foucault , 217.

[22] Sobre la relación de Foucault con los nouveaux philosophes , véase Michael Scott Christofferson, Intelectuales franceses contra la izquierda: el momento antitotalitario de la década de 1970 (Nueva York: Berghahn Books, 2004); Peter Dews, «Los ‘nuevos filósofos’ y el fin del izquierdismo», en Radical Philosophy Reader , eds. Roy Edgley y Richard Osborne (Londres: Verso Books, 1985), 361-384; Peter Dews, “The Nouvelle Philosophie and Foucault”, Economy and Society 8:2 (mayo de 1979): 127-171.

[23] Foucault, Dits et écrits IV , 421.

[24] Véase Gabriel Rockhill, “The CIA Reads French Theory: On the Intellectual Labor of Dismantling the Cultural Left”, Los Angeles Review of Books (28 de febrero de 2017): .

[25] Aleksandr Solzhenitsyn, cuya crítica derechista de la URSS sirvió como estándar de oro para Glucksmann y Foucault, fue bienvenido en Occidente por Hienrich Böll y las redes de la CIA en las que estuvo involucrado en Alemania (ver el documental de Hans-Rüdiger Minow de 2006 para ARTE , Quand la CIA se infiltra en la cultura : ).

[26] Estos números fueron calculados por la Asociación para la Disidencia Responsable, un grupo compuesto por 14 ex oficiales de la CIA. John Stockwell, uno de sus miembros fundadores, analiza sus hallazgos aquí: . Véase también su libro The Praetorian Guard: The US Role in the New World Order (Boston: South End Press, 1991).

[27] Foucault, Dits et écrits III , 398 (énfasis mío).

[28] Macey, Las vidas de Michel Foucault , 348-9.

[29] Michel Foucault, El nacimiento de la biopolítica: Conferencias en el Collège de France, 1978-79 , ed. Michel Senellart, trad. Graham Burchell (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2008), 259-260. El mejor libro sobre la relación de Foucault con el neoliberalismo es Daniel Zamora y Michael C. Behrent, eds., Foucault and Neoliberalism (Cambridge: Polity Press, 2016). Ver también Daniel Zamora, “How Michel Foucault Got Neoliberalism So Wrong”, Jacobin (6 de septiembre de 2019): < https://bit.ly/3kEqSUN >.

[30] Foucault, Dits et écrits III , 670.

[31] Ibíd. 677.

[32] Ibíd. 678.

[33] Cabe recordar que, según un informe de 2016 de la Oficina de Estadísticas de Justicia, 6,6 millones de personas se encuentran bajo supervisión correccional en los Estados Unidos (https://www.bjs.gov/content/pub/press/cpus16pr. pdf). Al final de las Grandes Purgas, la población total de reclusos en el gulag ascendió a 2 millones, pero más de la mitad de todos los reclusos fueron liberados cuando Stalin murió en 1953. Además, las prisiones soviéticas no eran campos de exterminio y la mayoría de los reclusos regresaron a sus hogares, a razón del 20 al 40 por ciento de la población carcelaria cada año según registros de archivo. Michael Parenti ha proporcionado uno de los relatos históricos más rigurosos del gulag, que es un antídoto bienvenido contra las insípidas tácticas de miedo comúnmente utilizadas para eludir el análisis sobrio, en Blackshirts & Reds: Rational Fascism & the Overthrow of Communism (San Francisco: City Lights Bookstore, 1997), 76-86.

[34] Foucault, Dits et écrits IV , 575.

[35] Véase Domenico Losurdo, Nietzsche, the Aristocratic Rebel , trad. Gregor Benton (Leiden: Brill, 2019).

Fuente original: https://thephilosophicalsalon.com/foucault-the-faux-radical/

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