Bolsonaro el Débil y su prometido “último acto” del 7 de septiembre no fueron más allá de un mitin electoral completo pero tibio. Después de meses de convocatoria y preparación para su “Día D”, el día de “la liberación del país de las garras del comunismo”, la montaña dio a luz a un ratón.
La cantidad de personas presentes en sus actos –especialmente en São Paulo, Brasilia y Río de Janeiro– revela que la falsa polarización es un hecho. Bolsonaro aún no es descartable. Sin embargo, no tiene la fuerza suficiente para “dar la vuelta” e imponer una ruptura institucional y un régimen militar. Para ello, Bolsonaro necesitaría condiciones más favorables, a saber, un levantamiento armado expresivo de militares y civiles o un agravamiento aún mayor de la crisis institucional, situación en la que podría arrastrar al Alto Mando de las Fuerzas Armadas, ya que señala – desde 2015- que ante un inminente “desorden” intervendría “en Defensa de la Patria”. En resumen, para tener éxito, Bolsonaro necesitaría más tiempo al frente del gobierno. Pero, por la farsa electoral, no lo tendrá antes de las elecciones.
Ahora, ¿qué te queda? Tiene un problema y dos alternativas. El problema es que, dada su obstinación en imponer un régimen militar, ya está muy cerca del punto de “no retorno”, y si no lo logra, podría ser arrestado o desmoralizado como un prófugo en el exilio. Ningún escenario es permisible para él. Le quedan dos opciones: llegar hasta el final y desatar un intento de ruptura prematura y aventurera, sin posibilidad de éxito en estas circunstancias, que sería un plan suicida para proteger su moral y su condición de jefe “intrépido” de una extrema derecha derrotada, acabando encarcelada o asesinada. O bien, seguir presionando con su prédica golpista hasta la víspera de las elecciones y, de ser derrotados, lo que sólo podría ocurrir en la segunda vuelta, es decir, Dentro de 50 días – chantaje con amenazas de realizar (o de hecho realizar) un cuartel del Planalto, con algún apoyo en la calle y en unidades de la policía militar y grupos paramilitares, pero con dudosa y significativa adhesión en las Fuerzas Armadas, para negociar una solución, en la que se sale con la suya a cambio de aceptar el resultado de las urnas. Esta última es una posibilidad asegurada por el corporativismo del cuartel desde el principio. Esta es la tendencia principal.
Lejos de que el país avance hacia el final de la crisis institucional con un eventual nuevo gobierno, la tendencia al fascismo se agudizará. No emana de la existencia o elección de un extremista enloquecido. La tendencia al fascismo es un germen que está en las entrañas de este país, se apoya en su base semicolonial y en la existencia del latifundio, sobre todo con el salto que se está dando en la crisis general del imperialismo y sus impactos en un mundo preñado de guerras de todo tipo, a punto de ser desatado. La tendencia al fascismo se cobija en una reacción antipopular y sanguinaria de venta patria, que ha aplastado y tratará de aplastar todos los intentos del pueblo por realizar la ansiada revolución democrática, agraria y antiimperialista. Este germen tiene aliento en las Fuerzas Armadas, como guardianes de este orden podrido, que, por cierto,
Para arrancar de raíz este germen, que resultó en la elección de Bolsonaro y el golpe militar en curso, es necesario abandonar las ilusiones en esta vieja democracia -vacía de todo contenido democrático- y persistir en la lucha a muerte por la verdadera República de Nueva Democracia.
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