El «alto representante» diplomático de la UE, recrudece aún más las perspectivas del próximo invierno europeo.
La diplomacia rusa se movilizó rápidamente este último fin de semana, para poner los puntos sobre las íes en lo que se relaciona con el puesto de Borrell como «alto representante diplomático». Según la agencia española Europa Press, Borrell habría expresado en una reunión que «todavía no tenemos un plan concreto de cómo derrotar a un país fascista -Rusia- y a su régimen también fascista». Portavoces del Kremlin ha manifestado que «con esas declaraciones el señor Borrell se ha autoanulado completamente como diplomático… Está cancelado «.
POR ADAY QUESADA PARA CANARIAS SEMANAL.ORG.-
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Por si no fueran pocas las repercusiones políticas y económicas que ya nos ha acarreado con Argelia -nuestro principal proveedor de gas-, el «giro copernicano» experimentado por la política exterior española en relación con el Sáhara, ahora han venido a sumarse a nuestros innumerables problemas las incendiarias declaraciones del Jefe de la Diplomacia europea, Josep Borrell, en relación con Rusia. Un rifirafe, por cierto, que como suele sucecer en todos los casos en los que nuestros funcionarios meten la pata, ha pasado discretamente desapercibido para los medios de comunicación españoles.
Y es que, en efecto, el pasado 5 de septiembre, en el curso de una intervención realizada a distancia durante la Conferencia Interparlamentaria celebrada en Praga por Josep Borrell, éste se refirió, entre otros temas, al conflicto bélico que está teniendo lugar en Ucrania. Según reportó la agencia de noticias española Europa Press, Borrell llamó a los países de la UE a concertar una suerte de santa unión en contra de lo que él denominó el «régimen fascista ruso».
Ni que decir tiene que calificar de esa forma al país sobre el que recayó el peso del combate y la victoria sobre el agresor nazi alemán durante la II Guerra Mundial, y en la que ese país perdió la friolera de 25 millones de sus ciudadanos, sonó en Moscú como si el alto representante de la «diplomacia» europea hubiera hecho estallar un misil atómico en el mismísimo centro del Kremlin.
Al ministro de Asuntos Exteriores ruso Lavrov, le faltó tiempo para pedir una transcripción exacta de las frases pronunciadas por Borrell en el curso de aquel evento. El canciller ruso manifestó, asimismo, que si la transcripción confirmara lo reproducido por el reportaje de la Agencia española Europa Press, Rusia estaba dispuesta a cuestionar de manera total sus relaciones con la Unión Europea. Un hecho que, dadas las presentes circunstancias, así como el hecho de las estrechas dependencias que la economía europea tiene con Rusia, podría constituir una auténtica hecatombe económica y social para el conjunto de Europa.
El incidente adquirió de inmediato tal envergadura que la propia portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, María Zajárova, calificó las declaraciones de Josep Borrell, con el calificativo de «repulsivas». Según la funcionaria, el inefable Josep Borrell había expresado literalmente en el referido encuentro lo que sigue:
‘Hoy nos reunimos en el marco de las negociaciones de adhesión con representantes de Ucrania. Todavía no tenemos un plan concreto de cómo derrotar a un país fascista -Rusia- y a su régimen fascista’. (…)
Por su parte, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, fue muy explícito y tajante sobre lo que ello iba a significar para Rusia. Indicó que Josep Borrell «se ha cancelado a sí mismo como diplomático».
«Con unas declaraciones como esas, el señor Borrell se ha autoanulado completamente como diplomático. Por supuesto, a partir de este momento cualquiera de los juicios que él exprese sobre Rusia, así como las relaciones que la UE pretenda mantener con Rusia, tendrán un significado totalmente «irrelevante».
La cuestión estaba muy clara. A la montaña de problemas que hasta ahora existían entre la UE y Moscú se vino a agregar otro más: «el problema Borrell». Dmitri Peskov estaba diciendo directamente y sin ambajes que el Kremlin había depositado al «chulo» Josep Borrell en el congelador. Y que sólo su jubilación como diplomático sería capaz de sacarlo de ese frío invernadero.
Desde el principio del conflicto bélico ucraniano, la actitud mantenida por Josep Borrell ha encajado con la de un fanático guerrerista sediento de confrontación. Quien, por el cargo que ocupa, debería haber adoptado una actitud ponderada , ha optado por aparecer como un aguerrido halcón washingtoniano, que come directamente de la mano de Biden. Algo similar había ocurrido ya con él en Cataluña, cuando en los momentos más tensos del conflicto en ese territorio, él optó pertinaz por alinearse, sin el más mínimo rubor, con las fuerzas de la extrema derecha de Vox.
Según ha manifestado el propio Borrell en reiteradas ocasiones, en Ucrania «no existe otra alternativa que una solución militar». Eso lo ha repetido, una y otra vez, hasta llegar hasta la saturación. Tampoco se ha recatado a la hora de llamar a la población europea a ponerse situación de «estado de guerra total», procediendo a restringir gastos en calefacción, gas y en consumo en general.
Durante los últimos meses, la actitud mantenida por Borrell en relación con Rusia ha tenido características muy similares a las que en 1941 mantuvo el ministro de Asuntos Exteriores español, Ramón Serrano Suñer, un cuñadísimo de Franco, que como si de una Cruzada medieval contra Rusia se tratara, abrió las puertas al reclutamiento de miles de españoles en la División Azul, un Cuerpo expedicionario enviado por el Régimen a luchar, en alianza con la Alemania nazi, en contra de la Unión Soviética. Ni que decir tiene, que aquella loca aventura militar antirrusa terminó en un completo y catastrófico desastre.
Borrell está resultando ser un hombre extremadamente peligroso para la preservación de los intereses de la propia UE. Lo mejor que esta última institución podría hacer en estos momentos, es reenviarlo rápidamente, en paquetería urgente, con destino a España. Un gesto que, por otra parte, los españoles no les estaríamos en absoluto agradecidos.