LA GUERRA EN EUROPA Y EL AUGE DE LA CRUDA PROPAGANDA

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Lo que no se dice es que la OTAN es, en sí misma, la verdadera amenaza a la seguridad europea

En temas de guerra y paz -sostiene el afamado periodista australiano John Pilger-, la mentira del ministro de turno se da como noticia. Los hechos que no encajan se censuran, y se crían demonios. El modelo, la moneda corriente de nuestros días, es la confusión generada por los medios corporativos. En 1964, McLuhan pronunció su famoso aserto: “El medio es el mensaje”. Ahora, la mentira es el mensaje.

   Por JOHN PILGER*

   (Traducción libre de Eva Lagunero para Canarias-Semanal.org)

   La profecía de Marshall McLuhan de que “la sucesora de la política será la propaganda” ya se ha hecho realidad. Hoy es la norma en las democracias occidentales, especialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña.

   En temas de guerra y paz, la mentira del ministro de turno se da como noticia. Los hechos que no encajan se censuran, y se crían demonios. El modelo, la moneda corriente de nuestros días, es la confusión generada por los medios corporativos. En 1964, McLuhan pronunció su famoso aserto: “El medio es el mensaje”. Ahora, la mentira es el mensaje.

   Pero ¿Es esto una novedad? Hace más de un siglo que Edward Bernays, el padre de la propaganda, inventó las “relaciones públicas” como tapadera de la propaganda de guerra. Lo que es nuevo es la práctica erradicación del disentimiento en los grandes medios.

   El gran editor David Bowman, autor de The Captive Press (la Prensa Cautiva), lo formuló así: “la defenestración de todos aquellos que se niegan a seguir la línea marcada, tragarse lo indigerible y son valientes”. Se refería a los periodistas independientes y «filtradores» (whistleblowers), disidentes honestos a quienes las corporaciones mediáticas una vez dieran espacio, a menudo con orgullo. Ese espacio ha sido abolido.

   El ejemplo más claro es la histeria de guerra que nos ha inundado como una marea en las últimas semanas y meses. Lo que en jerga se conoce como “dar forma a la narrativa”, es en su mayor parte, si no todo, pura propaganda.

   Que vienen los rusos. Rusia es peor que mala. Putin es un malvado, “un nazi como Hitler”. Esto es lo que salivaba el diputado laborista Chirs Bryant.

   Rusia está a punto de invadir Ucrania -esta noche, esta semana, la semana que viene. Entre las fuentes informativas se halla un propagandista ex-agente de la CIA que ahora habla en nombre del Departamento de Estado de EE.UU y no ofrece ninguna prueba de sus afirmaciones sobre las acciones de Rusia, porque “esto llega del gobierno de EE.UU”.

   La norma de la no-evidencia también se aplica en Londres. La Secretaria de Exteriores británica, Liz Truss, que se gastó 500.000 libras de fondos públicos en volar a Australia en un avión privado, para avisar al gobierno de Camberra de que Rusia y China estaban a punto de saltar, no dio ninguna prueba. En las Antípodas, las cabezas asintieron; allá la “narrativa” no se cuestiona. Una rara excepción es el ex-primer ministro Paul Keating, que calificó de “demente” el afán guerrero de Truss.

   Truss confundió alegremente los países del Báltico con el Mar Negro. En Moscú, le dijo al ministro ruso de Exteriores que Gran Bretaña nunca aceptaría la soberanía de Rusia sobre Rostov y Voronezh -hasta que se le indicó que estos lugares no son parte de Ucrania, sino de Rusia. Lean lo que dice la prensa rusa sobre la bufonería de esta pretendiente a ocupar el 10 de Downing Street.

   Toda esta farsa, que hace poco interpretó Boris Johnson en Moscú, emulando en versión payaso a su héroe Churchill, podría gustar como sátira si no fuera porque se trata de una tergiversación deliberada de los hechos, de la comprensión histórica, y de un peligro real de guerra.

   Vladimir Putin habla del “genocidio” en la región oriental ucraniana del Donbass. Tras el golpe de Estado de 2014 en Ucrania -orquestado por la persona nombrada por Barack Obama en KievVictoria Nuland-, el régimen instaurado, infectado de neo-nazis, lanzó una campaña de terror contra el Donbass ruso-parlante, que representa un tercio de la población de Ucrania.

   Supervisadas por el director de la CIAJohn Brennan, en Kiev, unas “unidades especiales de seguridad” coordinaron ataques salvajes sobre la población del Donbass que se opuso al golpe. Las informaciones recabadas en vídeo y de testigos presenciales muestran cómo unas bandas de matones fascistas prendieron fuego a la sede de los sindicatos de la ciudad de Odessamatando a 41 personas que quedaron atrapadas dentro; mientras la policía miraba. Obama felicitó al régimen golpista “debidamente elegido” por su “notable moderación”.

   En los medios estadounidenses, la atrocidad de Odessa se suavizó calificándola de “turbia” y una “tragedia” en la que los “nacionalistas” (neo-nazis) atacaron a los “separatistas” (gente que recogía firmas para un referéndum por una Ucrania federal). El Wall Street Journal de Rupert Murdoch condenó a las víctimas titulando: “Incendio mortal en Ucrania seguramente prendido por los rebeldes, dice el Gobierno”.

   El profesor Stephen Cohen, aclamado como la mayor autoridad de EE.UU en temas de Rusia, escribió:

   “Quemar vivas a personas de etnia rusa y otras en Odessa, a modo de pogromo, reavivó el recuerdo de los escuadrones de exterminio nazis en Ucrania durante la II Guerra Mundial. [Hoy] los ataques furiosos a gays, judíos, personas mayores de etnia rusa y otros ciudadanos “impuros” se extienden por Ucrania, junto a las marchas con antorchas que recuerdan a las que finalmente inflamaron Alemania a finales de las décadas de 1920 y 1930…

   “La policía y las autoridades oficiales no hacen apenas nada por evitar estos actos neo-fascistas o por denunciarlos. Al contrario, Kiev los ha alentado oficialmente mediante la rehabilitación sistemática e incluso la celebración de los colaboradores ucranianos en los pogromos de exterminio nazi-alemanes, renombrando las calles en su honor, levantándoles monumentos, reescribiendo la historia para glorificarlos, y más”.

   Hoy, la Ucrania neo-nazi apenas se mencionaNo es noticia que los británicos estén entrenando a la Guardia Nacional Ucraniana, que incluye a neo-nazis en sus filas (véase el informe de Matt Kennard Declassified en Consortium del 15 de febrero). La vuelta del fascismo violento a la Europa del siglo XXI, por citar a Harold Pinter, “nunca ha sucedido … aun cuando estaba sucediendo”.

   El 16 de diciembre, las Naciones Unidas propusieron una resolución que llamaba a “combatir la glorificación del nazismo, el neo-nazismo y otras prácticas que contribuyen a promover formas contemporáneas de racismo”. Las únicas naciones que votaron en contra fueron EE.UU y Ucrania.

   Casi todos los rusos saben que, en 1941, fue a través de las llanuras de la “frontera” de Ucrania que las divisiones de Hitler barrieron el oeste alentados por los simpatizantes nazis y colaboradores ucranianos. El resultado fue la muerte de más de 20 millones de rusos.

   Dejando aparte las maniobras y cinismos geopolíticos, esta memoria histórica es la fuerza subyacente en las propuestas rusas publicadas en Moscú durante la misma semana en que la ONU votaba 130 contra 2 dejar al nazismo fuera de la ley. Estas propuestas son:

   – La OTAN garantiza que no desplegará misiles en naciones fronterizas con Rusia (ya lo están desde Eslovenia a Rumanía, y seguirá Polonia).

   – La OTAN debe abandonar los ejercicios militares y navales en naciones y mares fronterizos a Rusia.

   – Ucrania no entrará a formar parte de la OTAN.

   – La firma entre Occidente y Rusia de un pacto vinculante de seguridad Este-Oeste.

   – La restauración del tratado entre EE.UU y Rusia sobre las armas nucleares de medio alcance (EE.UU lo abandonó en 2019).

   Estos puntos equivalen a un borrador de plan de paz para toda la Europa de posguerra y debería ser bienvenido en Occidente. Pero ¿Quién entiende su importancia en Gran Bretaña? Lo que se les dice a los británicos es que Putin es un paria y una amenaza para la Cristiandad.

   Los ucranianos ruso-parlantes, bajo el bloqueo económico impuesto por Kiev, que llevan siete años soportando, están luchando por su supervivencia. El ejército del que raramente oímos hablar son las trece brigadas del ejército ucraniano que están sitiando el Donbass: se estima que 150.000 tropas. Si atacan, la provocación a Rusia significaría casi seguro la guerra.

   En 2015, a instancias de alemanes y franceses, los presidentes de Rusia, Ucrania, Alemania y Francia se reunieron en Minsk y firmaron un acuerdo interino de paz. Ucrania acordó ofrecer autonomía al Donbass, las ahora auto-proclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk.

   Nunca se le ha dado una oportunidad a los acuerdos de Minsk. En Gran Bretaña, el guión, amplificado por Boris Johnson, es que Ucrania está «a las órdenes» de los líderes mundiales. Por su parte, Gran Bretaña está armando a Ucrania y entrenando a su ejército.

   Desde la primera Guerra Fría, la OTAN se ha desplazado, en efecto, hacia la frontera más sensible de Rusia, una vez demostrados sus sangrientos ataques a YugoslaviaAfganistánIrakLibia, y rotas la solemnes promesas de retirarse. Al haber arrastrado a los “aliados europeos a guerras estadounidenses que no les conciernen, lo que no se dice es que la OTAN es, en sí misma, la verdadera amenaza a la seguridad europea.

   En Gran Bretañala simple mención a “Rusia” desencadena un estado de xenofobia mediático y estatal. Noten la enervante hostilidad con que la BBC informa sobre Rusia ¿Por qué? ¿Es porque la restauración de la mitología imperial exige, sobre todo, un enemigo permanente? Realmente, nos merecemos algo mejor.

   * John Pilger es un galardonado y veterano periodista australiano, que publica en medios de todo el mundo, como The Guardian, The Independent, el New York Times, Los Angeles Times, el Mail & Guardian (Sudáfrica), Aftonbladet (Suecia) o Il Manifesto.

   Fuente: https://www.mintpressnews.com/john-pilger-war-in-europe-and-the-rise-of-raw-propaganda/279713/

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