Los dos fascismos

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 Antonio Gramsci

La crisis del fascismo, sobre cuyos orígenes y causas tanto se está escribiendo en estos días, es fácilmente explicable con un serio examen del desarrollo del movimiento fascista.

Los fasci de combate nacieron, inmediatamente después de la guerra, con el carácter pequeñoburgués de las diversas asociaciones de veteranos surgidas en aquel momento. Por su carácter de decidida oposición al movimiento socialista, en parte herencia de las luchas entre el partido socialista y las asociaciones intervencionistas en el periodo de la guerra, los fasci obtuvieron el apoyo de los capitalistas y las autoridades. Su afirmación, coincidiendo con la necesidad de los grandes agricultores de establecer una guardia blanca contra la creciente fuerza de las organizaciones obreras, permitió al sistema de bandas creadas y armadas por los latifundistas adoptar la misma etiqueta de los fasci, a la cual confirieron a medida que se desarrollaban su misma característica de guardia blanca del capitalismo contra los órganos de clase del proletariado.

El fascismo conservó siempre este vicio de origen. El fervor de la ofensiva armada impidió hasta hoy la agravación de la pugna entre los núcleos urbanos, pequeñoburgueses, predominantemente parlamentarios y colaboracionistas, y los rurales, formados por los grandes y medianos agricultores e incluso por los colonos, interesados en la lucha contra los campesinos pobres y sus organizaciones, marcadamente antisindicales, reaccionarios, más confiados en la acción armada directa que en la autoridad del Estado y en la eficacia del parlamentarismo.

En las zonas agrícolas (Emilia, Toscana, Véneto, Umbría), el fascismo tuvo su mayor desarrollo, alcanzando, con el apoyo financiero de los capitalistas y la protección de las autoridades civiles y militares del Estado, un poder sin condiciones. Si por una parte la despiadada ofensiva contra los organismos de clase del proletariado sirvió a los capitalistas, que a la vuelta de un año pudieron ver cómo todo el aparato de lucha de los sindicatos socialistas se resquebrajaba y perdía toda su eficacia, es innegable sin embargo que la violencia, degenerando, ha terminado por crear una extendida hostilidad contra el fascismo en las capas medias y populares.

Los episodios de Sarzana, Treviso, Viterbo, Roccastrada, sacudieron profundamente a los núcleos fascistas urbanos, personificados en Mussolini, que empezaron a ver un peligro en la táctica exclusivamente negativa de los fasci en las zonas agrícolas. Por otra parte, esta táctica había dado ya óptimos frutos al arrastrar al partido socialista a un terreno transigente y favorable a la colaboración en el país y en el Parlamento.

La pugna latente comienza desde este momento a manifestarse en toda su profundidad. Mientras los núcleos urbanos, colaboracionistas, ven ya alcanzado el objetivo que se habían propuesto, el abandono de la intransigencia clasista por parte del partido socialista, y se apresuran a verbalizar la victoria con el pacto de pacificación, los capitalistas agrarios no pueden renunciar a la única táctica que les asegura la “libre” explotación de las clases campesinas, sin molestias de huelgas y de organizaciones. Toda la polémica que conmueve al campo fascista, entre partidarios y enemigos de la pacificación, se reduce a esta pugna, cuyos orígenes no deben buscarse más que en los orígenes mismos del movimiento fascista.

La pretensión de los socialistas italianos, esto es, la de haber sido ellos quienes provocaron la escisión en el movimiento fascista con su hábil política de compromiso, no es sino una nueva prueba de su demagogia. En realidad la crisis fascista no es de hoy, sino de siempre. Al desaparecer las razones contingentes que mantenían unidas a las filas antiproletarias, era fatal que las diferencias se manifestasen con mayor evidencia. Por lo tanto, la crisis no es más que el aclararse de una situación de hecho preexistente.

El fascismo saldrá de la crisis escindiéndose. La parte parlamentaria, encabezada por Mussolini, apoyándose en las capas medias, empleados y pequeños comerciantes e industriales, intentará su organización política, orientándose necesariamente hacia una colaboración con los socialistas y los populares. La parte intransigente, que representa la necesidad de la defensa directa y armada de los intereses capitalistas agrarios proseguirá su acción característica antiproletaria. Para esta parte, la más importante con respecto a la clase obrera, no tendrá ningún valor el “pacto de tregua” que los socialistas celebran como una victoria. La “crisis” señalará solamente la salida del movimiento de los fasci de una fracción de pequeñoburgueses que en vano han tratado de justificar el fascismo con un programa político general de “partido”.

Pero el fascismo, el verdadero, el que conocen los campesinos y obreros emilianos, venecianos, toscanos, por la dolorosa experiencia de los últimos años de terror blanco, continuará, aunque sea cambiando de nombre.

La misión que corresponde a los obreros y campesinos revolucionarios consiste en aprovechar el periodo de relativa calma, determinado por las disensiones internas de las bandas fascistas, para infundir en las masas oprimidas e inermes una clara conciencia de la situación real de la lucha de clases y de los medios adecuados para vencer a la prepotente reacción capitalista.

Artículo publicado en L’Ordine Nuovo, 25 de agosto de 1921.

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